Es parte de la idiosincrásica. No tenemos costumbre de asegurar nuestros bienes, nuestra salud, nuestros autos y nuestros negocios.
Al menos procedemos a dar el paso cuando vemos la realidad y los riesgos, muchas veces, luego de un triste aprendizaje.
Todos los seres nos sentimos o nos creemos eternos aunque la razón nos diga – y lo recuerde a cada rato – que en la vida, aquello que es lo único seguro es la muerte.
Tal vez, se comenta, la cultura latina, dicharachera, despreocupada nos lleva a vivir el día a día de modo ligero y audaz. Eso tiene sus ventajas creativas y muchas veces nos quita esa loza de encima que nos puede causar depresión y tormento. Muchas veces, empero, las consecuencias son irreversibles.
Una de las lecciones importantes de los últimos sismos que empezaron en abril y no cesan, es haber revelado en su real magnitud la utilidad de tener las cosas aseguradas, la salud asegurada, la vida asegurada.
Más allá de la polémica, acaso no resuelta de la palabra del ministro de Educación sobre el tener aseguradas a las escuelas y la receta de aplicar lo que llamó ‘inteligencia financiera’ y una póliza que cuesta el 2 por mil y no 2 por ciento como se creyó, está, para el caso del Estado, el mandato de la norma legal, indiscutible.
Ahora unos datos que entrega la Asociación de Compañías de Seguros del Ecuador. 22 000 reportes de daños causados por el terremoto. Se ha entregado mas de USD 80 millones a los asegurados. Hay un valor de reserva que bordea los 280 millones.
La mayoría de las más de 30 empresas aseguradoras tiene el respaldo que manda la norma y la ética profesional y que se asienta en un sistema internacional de reaseguros que permite cubrir los reclamos con suficiente solvencia en un tiempo razonable. Desde luego que habrá casos particulares que sean más engorrosos y en algunos temas hay una serie de requisitos que en principio parecen fastidiosos cuando una persona contrata un seguro pero cuya exigencia es importante porque garantiza que el sistema perviva.
Uno de los rubros polémicos ha sido la seguridad en salud. La Constitución garantiza que el Estado debe cubrirla y debiera hacerlo con calidad, oportunidad y eficiencia. Además está el sistema de Seguridad Social que aunque funcionó bastante bien en los primeros años de este Gobierno, está saturado y la demanda no puede ser atendida como los asegurados esperan.
En esa lógica la gente que puede y tiene algo de recursos acude a los seguros privados. Tienen estos sistemas su lógica financiera pero los usuarios no siempre están satisfechos con la cobertura y la devolución de los valores.
Todavía tenemos que generalizar el seguro de vehículos contra robos y accidentes, ampliar nuestra capacidad de ahorro para tener seguro de vida que deje a la familia cubierta en un futuro y asegurar contra siniestros y desastres naturales los bienes costosos. Nos falta crear esa cultura.