El 15 de abril una noticia conmocionaba a millones de personas en buena parte del mundo.
El incendio en la Catedral de Norte Dame, la antigua iglesia gótica de culto católico, situada en la Ile de la Cité (Isla de la Ciudad) de París, rodeada por el río Sena, esparcía la ardiente imagen por las redes y medios planetarios.
Notre Dame, parece haber estado allí desde siempre. Muchos sentimos y pensamos que siempre estará, incólume. Pero las lenguas de fuego que abrazaban su techumbre interna, un antiguo y vigoroso bosque medioeval de roble, nos hacen asumir lo frágil de la obra humana, lo fugaz de la vida frente a la eternidad del Universo.
En 1163 empezó la construcción del monumento que a punto está de llegar a los 1000 años. La gran obra terminó en 1345, fusionó el estilo románico normando y varias ampliaciones y reconstrucciones ha visto en su historia.
Unos símbolos que marcan la personalidad de Notre Dame son los rosetones y sus vitrales. Al parecer, con daños menores. En días pasados se habían retirado varias de las grandes estatuas por la restauración a la que la iglesia estaba siendo sometida. Hay decenas de cuadros, varias capillas, reliquias: un clavo de la Santa Cruz y una corona de espinas que se atribuye a Cristo.
La consternación de los fieles y la reacción de millones de personas que visitaron París alguna vez no se dejó esperar. Uno de los grandes símbolos de la cultura occidental ardía en llamas. Notre Dame, el Sacre Coeur y el museo de Louvre son símbolos históricos a los que se ha sumado hace un siglo la torre Eiffel, monumento proyectado para una estancia fugaz que llegó para quedarse como otro de los íconos de la capital de Francia, un museo vivo de la creación humana, el poder y la cultura occidental.
Quizá por esa representación simbólica que ha supuesto Notre Dame o esa percepción de eternidad que las llamas estuvieron a punto de convertir en cenizas, se entiende la rápida reacción de grandes empresas y millonarias donaciones para su reconstrucción. El Presidente Emmanuel Macron supo interpretar el momento y se comprometió a la restauración de la iglesia.
La cifra colosal ofrecida en pocas horas contrasta con las grandes carencias de la humanidad, en un planeta donde millones mueren de hambre y la salud de una constelación de seres es una deuda gigante.
Pero todo recién empieza, como en los ciclos vitales. Paciencia para los cinco años de la restauración. Mientras, casi 100 millones de visitantes en este quinquenio habrán de esperar, como esperó París por casi dos siglos de construcción.
Nuestra Señora de París fue escenario de la obra de Víctor Hugo cuyo contenido la significó a la ciudad en el siglo XIX, luego del abandono tras la Revolución Francesa.
Una vieja frase dice: ‘París bien vale una misa’. Notre Dame se incendió, sus diabólicas y pétreas gárgolas quedaron intactas, acaso para recordarnos que polvo somos…