El domingo 17 de abril, mientras en el Ecuador nos dábamos cabal cuenta de la tragedia que nos había traído el terremoto de la noche anterior, la Cámara de Diputados del Brasil desató su propio terremoto, este político, al dar paso al juicio y la probable destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Gracias a CNN, pudimos ver a enfervorizados diputados brasileños que celebraban su “histórica misión” de votar a favor del juicio, tentándonos a pensar que escuchábamos el canto de un coro de angelitos. Es probable que algunos lo sean. Sería injusta una generalización que condene por corruptos a todos los políticos.
Pero Brasil es un país cuya clase política llegó, hace una década, a la astronómica indignidad del llamado ‘Mensalao’, un increíble sistema bajo el cual altas figuras del Poder Ejecutivo, presidido entonces por Luiz Inácio Lula de Silva, pagaron importantes valores mensuales, durante un par de años, a diputados de diversas tiendas políticas para asegurar sus votos a favor de proyectos de ley y en contra de acciones de fiscalización.
Luego se destapó el escándalo de Petrobras: la Fiscalía brasileña calcula que funcionarios públicos y practicantes del perverso “capitalismo de amigos” han desviado hasta USD
8 000 millones de esa empresa, y se sospecha que entre los beneficiarios está el propio Lula da Silva. Y la cosa es aún peor. El juicio contra Dilma Rousseff no está vinculado a ninguno de esos dos casos: a ella se le acusa de algo tal vez más grave: de haber maquillado las cuentas públicas mientras buscaba la reelección para que el público no se enterara de la verdadera y muy difícil situación fiscal del país.
¿Cómo surgió la lucha contra todo esto? No fue, ciertamente, gracias al coro de angelitos que anoche cantaba en Brasilia. Este extraordinario proceso contra la corrupción y la impunidad, que está cambiando cómo las enfrentaremos los latinoamericanos de hoy en adelante, se debe a tres realidades fundamentales.
Primero, a una prensa libre y valiente: el escándalo del ‘Mensalao’ fue destapado a partir de mayo de 2005 por la revista Veja y el diario Folha de Sao Paolo. Segundo, el proceso se debe a un sistema judicial independiente, cuyos fiscales y jueces han mostrado que no cederán ante las presiones económicas y políticas de los investigados y acusados, quienes tratan de desvirtuar el proceso con el deleznable argumento de que solo se trata de una “conspiración de la derecha”. Tercero, y sobre todo, este excelente proceso se debe a una vigorosa sociedad civil que tiene, y ahora está ejerciendo, la capacidad de castigar al político corrupto y premiar al funcionario probo, millones de cuyos miembros se han congregado muchas veces en calles y plazas brasileñas. El mensaje a los corruptos impunes: “Se acabó la fiesta de los vivos”.
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