En medio de la pesada atmósfera que nos envuelve desde hace algunos años (plagada de amenazas, voces destempladas y sorpresas), me parece saludable hacer un alto y saludar la reaparición de Letras del Ecuador, la inolvidable revista que fue iniciada por Benjamín Carrión pocos meses después de fundada la Casa de la Cultura. Su primer número, en efecto, apareció el 1 de abril de 1945, de modo que se han cumplido ya 70 años de su fecunda existencia. Y para celebrar este aniversario, la Casa ha decidido dar una nueva vida a esta publicación, que en su momento fue incluida entre las mejores del género en toda nuestra América morena.
Hay que reconocer, desde luego, que en las últimas décadas hubo varios presidentes de la Casa que tuvieron el cuidado de proseguir la tradición de Letras, y se esforzaron por mantener su nivel, aunque no siempre lo lograron. Y es claro: lo que fue Letras en los años finales de la década de los 40 y a lo largo de la década siguiente es muy difícilmente superable, puesto que en las páginas de aquel tabloide aparecieron las mejores firmas de nuestro continente, incluyendo algunos de la América sajona, e incluso de la rancia Europa de esos tiempos de verdadero renacimiento de la vida civilizada. Tampoco se debe olvidar el esfuerzo que durante la presidencia anterior fue desplegado para mantener la célebre revista, aunque el poeta Julio Pazos, mi amigo muy querido, quiso convertirla en algo muy próximo a una revista académica.
Hoy, precisamente para conmemorar los 70 años de Letras, y bajo la dirección de Irving Zapater, ha reaparecido la publicación en su formato original, y lleva en sus páginas excelentes materiales, con excepción de uno, que Irving me arrancó casi a la fuerza para llenar un amplio espacio. Además, junto a la publicación de esta entrega de Letras, que lleva el número 201, viene una separata que contiene la reproducción facsimilar del primer número de la revista, en la que volvemos a encontrar las grandes firmas del momento: los dos Carrión, tío y sobrino, Carrera Andrade, Luis Monsalve Pozo, César Dávila Andrade, Hugo Alemán, Gabriel Cevallos García, Jules Superville. Voces de ayer que regresan y se juntan con las voces de hoy, recordándonos que la continuidad de la cultura no excluye las rupturas que marcan sus progresos.
Pero hay otra publicación que acaba de salir también de las prensas de la Casa de la Cultura, y viene a llenar un vacío: es la revista Traversari, dedicada a la investigación musicológica y confiada a la dirección de Juan Mullo Sandoval. En este, que es su primer número, sus páginas se llenan con una serie de enfoques sobre la riqueza que contiene el museo organográfico de la Casa de la Cultura, que con acierto lleva el nombre de Pedro Pablo Traversari. Un aporte al conocimiento de nuestra música, tan desconocida todavía.
Estas publicaciones me hacen pensar en un interesante despertar. Solo falta que la Casa termine de constituir un gran centro de difusión de publicaciones.
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