En la ‘Trilogía de Nueva York’, Paul Auster cuenta el Caso Gris, un ingeniero que había desaparecido y que su esposa lo declaró muerto. Pero un detective privado lo encuentra un año después mientras trabajaba como barman. En la actualidad, Gris se llama Verde y había sufrido un cuadro de amnesia. El investigador lo regresa a la casa de su esposa, pero Verde no se acordaba de ella; sin embargo, su aspecto le agradó y se volvieron a casar; comenzó a vivir cómodamente el presente, negaba o no se acordaba para nada haber sido ingeniero, mas nadie podía oponerse a que deje atrás el pasado y viva el presente mezclando bebidas y charlando con los clientes de un bar.
Como la novela de Auster, los ejemplos abundan. Tal vez el más conocido es el relato bíblico sobre la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por desobedecer la advertencia de no mirar atrás, de dejar el pasado malsano y perverso de Sodoma y Gomorra. No es que la historia no nos debe importar, es muy necesaria para entender el presente, pero es una ciencia delicada que no debe ser interpretada al antojo de cualquier improvisado.
He conocido historiadores de la talla de Jorge Salvador Lara y Alfredo Pareja Diezcanseco (ya fallecidos) y de Enrique Ayala Mora, quienes con mucho rigor académico dejaron registrados todos los episodios nacionales, desde la Colonia hasta la República, desde las dictaduras a la democracia, del pasado a lo contemporáneo. Pero sin manipulaciones, sin patrioterismos baratos, simplemente como una ciencia para el buen uso y entendimiento de la sociedad.
Sin embargo, los políticos se han encargado de manipular la historia para provecho personal. La historia contada a medias no es historia ni ciencia, un principio debe tener un fin, una acción reacción y sobre todo rigurosidad. Ocurrió hace pocos días en las elecciones argentinas con un candidato que hablaba de un pasado reciente del cual no se responsabilizaba; el otro candidato invitaba a construir un futuro. Triunfó el segundo, el optimista, el que no pensaba en venganzas ni en revanchas, pero que cree en la justicia.
No somos capaces de mirar el presente porque nos asusta, por eso nos hemos acostumbrado a mirar y culpar al pasado por todas las tragedias y por los errores actuales. Al contrario del Caso Gris, sufrimos una amnesia calculada para justificar los miedos actuales. “Lamentar un infortunio pasado y que ahora no existe es la vía más segura de crearse otro infortunio”, escribió Shakespeare.
Para escapar de la tiranía de las experiencias pasadas y negativas es necesario generar expectativas de un futuro positivo, así lo entienden los grandes pensadores. Y como decía el Dalái Lama, solo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada, uno es el ayer y otro el mañana. Por lo tanto, hoy es el día ideal para vivir.