Brasil merece respeto

En español existen buenos libros sobre Brasil. Por ejemplo, ‘Senderos de libertad’, ‘El imperio eres tú’, de Javier Moro. Con la primera obra citada se conoce la lucha de Chico Mendes para evitar la extracción de la madera en la selva amazónica; con la segunda toda la historia de Pedro I, el emperador que otorgó la independencia y también de Pedro II, quien decretó la abolición de la esclavitud. Con la amplia obra de Erico Verissimo podemos revivir la historia de Río Grande do Sul hasta la llegada de Getulio Vargas al poder y con ´La guerra del fin del mundo’, de Vargas Llosa, se aprende un poco más sobre la guerra de Canudos, en el nordestino estado de Bahía.

Por mucha literatura que se tenga a disposición o por algún viaje de vacaciones no se consigue conocer lo que significa Brasil desde sus entrañas, desde sus favelas, su gente, su política, su historia. Hay que vivir en Brasil para conocer lo que significa un país que ya superó los 200 millones de habitantes y que llegó a ubicarse entre las 10 mayores economías mundiales, pero que, lamentablemente, le ocurrió lo mismo que a otros países que fueron potencia y cayeron en las redes de la corrupción y del enriquecimiento personal gracias a los recursos del Estado.

Por eso llama la atención que de manera tan ligera se diga que ese país acaba de sufrir un golpe de Estado. Eso significa que no conocen la historia o no quieren reconocer la madurez que alcanzó Brasil en materia política, constitucional, social y económica. Brasil, lo dicen las estadísticas, alcanzó un gran avance en los programas sociales que inició el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso y que continuó y profundizó el izquierdista Lula da Silva, principalmente en su primer período presidencial.

Todos sabemos lo que ocurrió después, los escándalos de corrupción de lo cual tanto se ha hablado. Es cierto, a Dilma Rousseff no se la puede responsabilizar por eso. Su salida del poder se debe al manejo fiscal y al fraude que significa “maquillar” las cifras de la economía, arriesgando incluso los programas sociales de becas de estudio. Claro que quien reemplaza a Rousseff no es un hombre con un perfil brillante y su partido, el PMDB, también es cómplice del PT en los escándalos de corrupción.

Pero Temer tampoco es el primer vicepresidente que asume el poder tras una crisis política. Ocurrió con Itamar Franco en 1992 cuando Fernando Collor de Melo dejó el poder tras ser sometido a un “impeachment”, similar al de Dilma Rousseff. La destitución de la Presidenta la aprobaron 61 senadores (bastaba con 53) que también tienen legitimidad y representan al pueblo brasileño; con la acción no se derramó ni una gota de sangre (aunque los “tirapiedras” del PT ya salieron a las calles). La ignorancia no se cura con ningún PHD, Brasil merece respeto.