Acaban de ser anunciadas las ternas que han sido enviadas al presidente de la República para el discernimiento de los Premios Espejo de este año, y lo primero que puedo anotar es que el Jefe de Estado y sus asesores para cultura tienen delante otro quebradero de cabeza. ¿Cómo escoger el mejor de tres candidatos en cada una de las categorías contempladas, si todos tienen las ejecutorias necesarias para merecer este alto reconocimiento? Lo único que se puede desear es que la suya sea una decisión bien fundamentada en la obra de los candidatos y su trascendencia para la cultura nacional.
Como cualquier otro ciudadano, tengo también mis preferencias, dicho sea con respeto para todos. No son preferencias coyunturales ni pueden ser atribuidas solamente a la amistad: son preferencias que aparecen ahora como el colofón de una larga admiración –tan larga que cubre fácilmente medio siglo. ¿Cómo no iba a admirar la obra de Juan Valdano, a quien repetidamente he mencionado como uno de los más importantes intelectuales del Ecuador? Su larga bibliografía no presenta altibajos: siempre sólida y ajena al vaivén de las pasiones, no solo prueba la amplitud de su saber y la seriedad de su pensamiento, sino también la honestidad de su entrega y la austeridad de su conciencia. En el ensayo, en el cuento y la novela, Juan Vadano es uno de los más altos valores del Ecuador y se parangona con los mejores de América. Esta página de EL COMERCIO se honra también con su presencia.
¿Y cómo no admirar el concienzudo trabajo de un investigador como Segundo Moreno? Sin la vanidad ni la estridencia de los falsos valores, su investigación minuciosa y profunda sobre el proceso de las culturas originarias está fundado sobre sólidas bases de teoría cultural y en una filosofía humanista, tan necesaria en estos tiempos. Hombre de recia formación intelectual y de juicio científico severo, que puede tratar como a sus pares a las más altas personalidades mundiales de la antropología cultural, de la historia y la etnohistoria, sus libros, conferencias, artículos y ponencias han sido un aporte definitivo al conocimiento de nosotros mismos.
Y en el campo de la gestión cultural, ¿cómo no admirar el largo y tesonero trabajo desplegado por Camilo Luzuriaga, no solo como cineasta, sino como pionero en la formación de actores, directores, productores y más especialistas en el arte y la técnica del cine? Más aun, Camilo ha sido un verdadero luchador por los derechos de su gremio, y ha logrado institucionalizar su profesión, dándole al mismo tiempo las necesarias fuentes de recursos. Gran parte de la joven cinematografía ecuatoriana es fruto de su esfuerzo.
Me dirán que olvido a las mujeres. No, no las olvido. Reconozco el valor de la delicada poesía de Sonia, el envidiable encanto de la voz inconfundible de Patricia, la perseverancia de Katia. Desgraciadamente, para cada categoría solo hay un premio.