Una vez más, vuelvo a Camus. Tomo el volumen de Aguilar que contiene sus obras narrativas traducidas por Federico Carlos Sáinz de Robles (h), y lo abro en una de las páginas que he señalado con las tiras de papel blanco que suelo usar para no perder los lugares que me importan. Leo: “Así, a lo largo de la semana, los prisioneros de la peste se debatieron como pudieron. Ya algunos de ellos (….) llegaban incluso a imaginar que obraban aún como hombres libres, que podían elegir. Pero, de hecho, podía decirse en ese momento (….) que la peste había cubierto todo. No había ya destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y los sentimientos compartidos por todos.”
No hace falta decir que esta cita proviene de La Peste (1947). “Parece ser –escribe el traductor y prologuista– que el propio Camus, en una carta a un amigo, ha revelado que su famosa novela describe la resistencia de Francia al nazismo.” Nada puede contradecir esta interpretación, válida por sí misma, incluso si no fuera verdad que Camus escribió la carta mencionada. Pero quien lee La Peste el día de hoy, necesariamente encuentra en ella otras significaciones, que se convierten en experiencias vitales.
Los ecuatorianos ya lo sabemos desde ahora. Tal como dice el texto, aún hay entre nosotros algunos individuos para quienes, en sus propias palabras, “no pasa nada”, y se obstinan en hacer su voluntad. No han comprendido todavía que, por el momento, “no hay destinos individuales, sino una historia colectiva” que es la del paso del ángel de la muerte bajo la forma del covid-19. En esa historia, en su acecho maligno, estamos todos juntos, compartiendo un sentimiento único que es al mismo tiempo de esperanza y temor.
Para una sociedad desarticulada, como es la nuestra, se trata de una experiencia límite. Lo es, por distintos motivos, para todos los habitantes del planeta; pero para nosotros es la prueba que nos permitirá medir hasta dónde puede extenderse, no solamente nuestra capacidad de actuar como una sociedad que comparte los mismos objetivos, sino también como una sociedad integrada por individuos de buena voluntad. Lo pienso al recordar que, en el pensamiento de Kant, la buena voluntad es el fundamento en el que se asientan todos los actos verdaderamente morales, es decir, todos los actos que solemos llamar “buenos”. Puesto que los sonados procesos judiciales que se encuentran en curso nos han hecho sentir hundidos hasta el cuello en la corrupción, la pandemia que nos ha inmovilizado se nos presenta como una posibilidad concreta de redimirnos. Actuar solidariamente, poner el interés general sobre el nuestro individual, y hacerlo con el mínimo esfuerzo que requiere la permanencia en nuestro hogar, servirá para demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de ligar más estrechamente nuestros intereses individuales con nuestros intereses sociales, y de ligarlos justamente con nuestra buena voluntad compartida.