Hasta hace poco tiempo, como decían los teóricos del Derecho Constitucional, no cabía duda que el Estado era el “monopolio legítimo de la fuerza”. Además, funcionaba en torno a la monopolización de los servicios públicos, la justicia, la representación política, la legislación. Era “el legítimo”, el único. La sociedad vivía a su sombra, y buena parte de la economía, la educación, la cultura, etc., eran concesiones graciosas del gran hermano, que toleraba a la sociedad civil. Era una suerte de iglesia laica, de enorme corporación protectora, y en ella prosperaban los caudillos, la democracia como ritual y la teoría de la soberanía popular como dogma.
1.- ¿Qué pasó con el Estado?.-La decadencia de la organización política ya era evidente. En algunos sitios, donde aún prospera el socialismo, la solución transitoria ha sido el totalitarismo, la captación de los recursos que aún quedaban fuera de sus monopolios, y la obediencia absoluta. El silencio. En otros, ha sido el paternalismo, un capitalismo errático. O el absoluto hermetismo de Rusia. Pero, más allá de sus soluciones disimuladas o transitorias, bastó que llegue la pandemia para que el Estado muestre todas sus fisuras, rupturas e inconsistencias. En la China, la “superación” de la crisis apostó a la desinformación, el camuflaje. No pudo el gobierno de Podemos en España, ni el italiano, y el inglés a medias, como el francés. Y no se diga los latinoamericanos, desbordados, inermes, inútiles. ¿Dónde quedó la fortaleza del Estado, y sus monopolios? Se agotó la legalidad, y la ley dejó de ser el canal de relación con la sociedad.
2.- La salud pública, una insignia destrozada.- La salud pública y la seguridad han sido los servicios insignia del Estado. La pandemia destrozó la pobre institucionalidad que existía, quedan sus escombros. Los hospitales públicos desbordados. Su lógica ha sido la improvisación. Y la infinita corrupción que no se compadece ni con los cadáveres. Los médicos, enfermeros, y el personal de servicio han dado, y siguen dando batalla. El homenaje y el reconocimiento que les debemos contrasta con la ruina institucional y, en cierto modo, su soledad y su permanente riesgo acentúan su heroísmo.
¿Dónde está el Estado, dónde las políticas de salud, las estrategias de prevención? ¿Y el discurso político que prometió salud, empleo, justicia y bienestar? ¿Y los municipios gestores de civilidad? Todas las “instituciones” corretean tras los hechos. Ninguna lleva liderazgo o iniciativa. Todas abrumadas. Todas ostentando monopolios que resultaron cascarones vacíos. Incapacidades. Presupuestos inflados, burocracias obesas. Y los pacientes, a la cola, a la espera, a vivir el riesgo bajo la intemperie. Caducó, entonces el monopolio del servicio público. El Estado se ve ahora ante el espejo, aterrado ante la saturación de los hospitales, informando a ratos, nada más. No hay, no veo, una política consistente, bien explicada, que oriente a la comunidad. ¿A dónde vamos?
3.- La seguridad y el principio de autoridad.-El principio de autoridad, el monopolio legítimo de la fuerza, la capacidad de obtener obediencia a través de la legalidad, están en grave entredicho. La rebelión es un hecho cotidiano. La desobediencia es signo de los “machos”. La resistencia a la autoridad es ahora un derecho del que se abusa con ventaja. Y La seguridad, ¿cuál seguridad, la jurídica que se desmiente cada día?, ¿la seguridad personal? Si advertimos la cantidad de reformas y adecuaciones de la legalidad a los intereses del Estado o de grupos de presión, admitiremos que la seguridad jurídica no es una verdad. Si advertimos, por otra parte, la proliferación de guardias privados, concluiremos que la seguridad de personas y bienes está en entredicho. Y los noticieros saturados de crónica roja. ¿Qué se hizo el Estado y su monopolio racional y sensato de la fuerza? Y a todo eso se agrega el abuso de autoridad, los excesos, la confusión entre violencia inaceptable y uso legítimo de la fuerza. Los resultados del abuso están a la vista en el país más “institucional del mundo” .
4.- El monopolio legislativo.- Característica del Estado ha sido el ejercicio del monopolio legislativo. La tesis era que la soberanía se expresa dictado leyes y obteniendo obediencia a través de reglas públicas y justas. La crisis del Estado se evidencia en los sistemas de delegación para la expedición de normas a toda clase de entidades de control, ministerios, corporaciones, agencias, etc. La mayoría de normas generalmente obligatorias no provienen de las legislaturas. Son resoluciones, acuerdos, ordenanzas, etc. Por otra parte, las asambleas y congresos han demostrado ser foros políticos, donde se ventilan combates entre grupos, tácticas electorales, pruebas de fuerza. ¿Cuántas leyes han nacido de iniciativas legislativas genuinas?, ¿cuántas leyes expresan con propiedad las necesidades de la sociedad y apuntan con oportunidad a atender sus necesidades?
5.- El estado empresario.-El fracaso del Estado adquiere dramática evidencia si nos aproximamos a la gestión de empresas públicas, a los repetidos fracasos de sus iniciativas. La tesis fundamental de los socialismos consiste en la suplantación de la iniciativa privada con la “recuperación” de la economía por la burocracia, el sometimiento de las necesidades de la población a la “capacidad productiva” de esos núcleos incompetentes, eternamente quebrados, perpetuamente deficitarios que proliferan en los países latinoamericanos, y, por cierto, en el Ecuador.
6.- ¿El Estado, para qué?.- La pregunta es ¿el Estado para qué?, ¿cuál es su verdadera función, su misión y responsabilidad? La crisis y sus consecuencias ponen en entredicho, y ahora con acento dramático, las funciones del Estado, las tareas incumplidas. Es preciso pensar este Estado que pesa sobre la sociedad como el “ogro filantrópico”.