Enrique Ayala Mora
eayalamora@elcomercio.org
Hace muy poco Manuel Chiriboga Vega publicó su último artículo en El Universo. Fue su despedida porque sabía que ya no duraría mucho. Luego de años de lucha vigorosa contra la enfermedad, entraba en la recta final y sin retorno. Al leer sus palabras admiré más que nunca su valentía y calidad humana, pero también pensé que él, al menos había tenido el privilegio de saber cuando iba a morir y la oportunidad para prepararse para ese tránsito inevitable.
El martes pasado Manuel murió. Sus amigos seguimos con solidaridad y expectativa sus últimos días. Muchos hablaron con él y pudieron darle su adiós directamente. Otros preferimos solo enviarle renovados mensajes de cariño, pero ya no quisimos verle. Preferimos no contemplar sus prematuros restos y recordarle vital y activo, alegre y cariñoso, como fue siempre.
Manuel Chiriboga es reconocido como uno de los más destacados académicos del país, con gran prestigio internacional y una larga hoja de servicios como intelectual comprometido con las organizaciones campesinas. Hizo sustanciales contribuciones al Ecuador como funcionario y experto, aunque esas tareas no estuvieron exentas de malos ratos, que permitieron, a la larga, apreciar mejor la calidad de sus aportes.
Son solo hace unos meses, en el Salón de Honor de la Universidad Andina Simón Bolívar, me tocó ofrecerle un homenaje con ocasión de la segunda edición de su obra “Jornaleros y grandes propietarios en la producción cacaotera”. Allí recordé varias de las aventuras intelectuales en las que estuvimos juntos.
En los inicios de la Corporación Editora Nacional, Manuel contribuyó decisivamente a la publicación de su Biblioteca de Historia, encargándose del estudio reivindicativo de Roberto Andrade. Fue un pilar en la preparación de la “Nueva Historia del Ecuador”, en cuyo Comité Editorial participó activamente. En la universidad fue por años docente y promotor de sus estudios agrarios. Enseñó no solo en los posgrados sino en los cursos para campesinos y obreros.
Todos estos años, Manuel no cesó de trabajar y producir intelectualmente, aún venciendo el peso enorme de la enfermedad. Por todo ello, la publicación de su libro fue la ocasión para un homenaje al colega y amigo que ya antes había sido objeto de varios reconocimientos en el Ecuador y fuera de él.
Esos reconocimientos fueron más que merecidos, pero quizá lo que provocó mayor admiración y solidaridad fue su voluntad de trabajar cotidianamente, sin darle ventaja al dolor y a las limitaciones de un cáncer avanzado. Por ello, puedo decir que a sus compañeros de generación nos enorgullece haber compartido estos años de esfuerzos intelectuales con Manuel Chiriboga, que asumimos como propios sus notables éxitos y que sabemos que si nos ensañó bastante en su vida, también estamos aprendiendo mucho de su muerte.