Hace algunas semanas dijo el presidente Correa que a su regreso de Europa había encontrado al país, al Gobierno y al partido con miedo. Un gobierno asustado es un gobierno deprimido y cabe, entonces, preguntarse ¿qué le deprime al Gobierno?
La primera respuesta es la protesta. Los proyectos de ley de plusvalía y herencia solo son un pretexto para las marchas en Quito y otras ciudades, pues no afectan a casi nadie y no recaudan casi nada, según procuran demostrar una y otra vez con ejemplos prácticos. Entonces, la protesta es más inquietante porque tiene motivos variados y difusos, es decir, se trata de oposición pura y dura y eso deprime a cualquier gobierno.
La segunda respuesta es la corrupción. La denuncia de que se despilfarra el dinero de Yachay, precisamente cuando la crisis empieza a hacerse visible, es deprimente. Gestores a control remoto, sueldos excesivos, contratos millonarios con cazatalentos; denunciados por los beneficiarios del derroche, resulta sorprendente. Pleitos entre sabios contratados para ‘educar’, para establecer un modelo de universidad, puede ser corrupción y es una tomadura de pelo. ¡Qué deprimente ver el símbolo de la revolución, convertido en un simple elefante blanco!
La tercera respuesta es la crisis económica. Después de tantos esfuerzos para esconder la crisis compensando con endeudamiento la caída de los precios del petróleo; después de tanto empeño en esconder la reducción de los depósitos, la escasez de liquidez, las dificultades para pagar a los proveedores; la gente sigue hablando de crisis y esperando lo peor, los expertos siguen desconfiando de las cifras oficiales. Es para deprimir a cualquiera.
La cuarta respuesta es el tema de las enmiendas. Si existen muchos motivos para la protesta como las sobretasas, la eliminación del 40%, el control de los fondos del magisterio, los proyectos de nuevos impuestos y tantos otros, ¿por qué todos piden el archivo de las enmiendas constitucionales? Debe ser deprimente advertir que los opositores empiezan a ponerse de acuerdo.
La quinta respuesta es el golpe blando. La idea de poner al descubierto al ideólogo del golpe de Estado y sus estrategias debe haber merecido felicitaciones. Habrá impresionado el mapa conceptual con todo eso del ablandamiento, la deslegitimación, el calentamiento de calle y la fractura institucional. Qué deprimente, advertir, ya tarde, que el gran ideólogo del golpe blando es un profeta de la no violencia que nunca ha luchado contra las democracias sino contra las dictaduras.
La última respuesta es: nada. Un gobierno jamás puede deprimirse, es invariablemente optimista. Siempre tiene que ofrecer la seguridad de que tiene todo bajo control.
Si un gobierno llegara a deprimirse, tendría que abandonar el poder, pues ¿cómo podría pedir que otros confíen en él, si ha perdido la fe en sí mismo?
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