Durante la temporada de premios del 2016, que mañana llegará a su punto cúlmine con los Oscar, temas de diversidad e inclusión han calado en discusiones sobre cultura pop y propuesto reflexiones en medio de ‘trend topics’.
Si ahora tenemos Barbies de talla distinta, Legos con discapacidad y transgéneros en revistas icónicas de la masculinidad tradicional, en el cine el debate se abrió con el hashtag #OscarsSoWhite. Con él, el boicot propuesto por el sector afro de Hollywood condiciona la ceremonia y el futuro de la Academia, de frente a la ausencia de actores negros entre las principales categorías.
La acción ya ha tenido su efecto: la Academia deberá ampliar la diversidad entre sus miembros, para que las perspectivas étnicas, de orientación y de género tengan mayor representatividad. Ahora bien, la imposición de cuotas difícilmente resolverá el problema; pues, so pretexto de la ‘discriminación positiva’, las nominaciones responderían a cuestiones de política y no a la calidad, talento o técnica.
El problema no elude a la industria del entretenimiento, pero va más a fondo: a la necesidad de producir filmes y crear papeles parapersonas, más allá de los colores o la diferencia sexo genérica. La puntualización va para parte y parte; es decir, que los ‘otros’ también se incluyan en el todo social y tomen distancia de reflejarse desde, en y para su estrato. Quizá y sea el camino, además, para la apertura del espectador.
Curiosamente, algo de ello se ha visto entre los títulos nominados a la estatuilla dorada de este año. Aunque la representación étnica de los pueblos nativos de América tiene trecho por recorrer (a pesar de su exhibición en ‘El renacido’ y ‘El abrazo de la serpiente’), la orientación y el género sí son trascendentales en ‘La chica danesa’ y ‘Carol’. Además, la supervivencia, en medio de territorios o sociedades hostiles, se ha impuesto como eje temático y ahí también está la necesidad de abrazar diferencias, no por corrección política, sino para garantizar la existencia humana.