José Ayala Lasso
jayala@elcomercio.org
Un lamentable episodio que envolvió a una de las grandes figuras del fútbol ecuatoriano -el asambleísta Agustín Delgado- deformado por las vivezas de nuestra política, ocupó la atención del Ecuador en días pasados.
La caricatura de Bonil, basada en las dificultades del asambleísta para leer un discurso, aludió a lo que ocurre cuando las funciones públicas están a cargo de personas sin preparación adecuada. Su crítica general afectó a un apreciado ciudadano concreto. Mal hizo Bonil en no medir las implicaciones de su caricatura. Mientras más débil una persona, más cuidado hay que tener para no herirla. Quien actúa en la vida pública está expuesto al juicio de la ciudadanía, no siempre imparcial o mesurado, pero hay que graduar la crítica en función del poder que ostenta el criticado. Cuanto mayor el poder, más frontal ha de ser la voz del ciudadano.
Bonil aludió a una realidad lacerante: con frecuencia los candidatos a una elección popular son escogidos sin tomar en cuenta ni su preparación ni sus méritos sino sus posibilidades de éxito. La responsabilidad recae en los políticos para quienes una cara bonita, un historial risueño en la TV o una medalla deportiva aseguran el triunfo. No se trata de menospreciar ninguna ocupación: cualquier trabajo, bien desempeñado, ennoblece y eleva.
Cometido el error, llegaron las interpretaciones. La más perniciosa fue la de quien afirmó que la caricatura de marras se produjo porque el criticado era un ciudadano de raza negra. Si hubiera sido un mestizo o un blanco, nadie hubiera dicho nada, concluyó. ¡Y partiendo de tan primaria hipótesis, dedujo que la caricatura era racista y discriminatoria, obra de los enemigos del pueblo, “los de siempre”, ese conjunto indefinible al que achaca todos los males, contraponiéndolo a lo que considera la límpida revolución!
Pretender que la caricatura de Bonil tuvo una motivación racista tan solo sirve para exacerbar los ánimos y nutrir resentimientos, peligroso recurso que, en el Medio Oriente, está volviendo imposible sentar las bases de la paz entre palestinos e israelitas. Toda discriminación es condenable, no solo la que aduce motivos de raza. ¿No se han leído las declaraciones y pactos sobre derechos humanos? Discriminar por motivo de condición social u ocupación, como se hace con los peyorativamente llamados “pelucones” y los genéricamente calificados de “periodistas corruptos,” es también condenable. ¿No es discriminación por edad excluir a los “cadáveres insepultos”? ¡Cuantos hombres honestos han sido objeto de burla por “enanos”! ¡Cuántas mujeres han sido discriminadas por “horrorosas”!
Una de las reacciones más mesuradas ante la caricatura fue la del propio agraviado, cuyos méritos como deportista y gestor de importantes y altruistas obras sociales deben ser reconocidos.