La Asociación de Funcionarios Ecuatorianos del Servicio Exterior (Afese) acaba de publicar un libro titulado “Diplomáticos en la literatura ecuatoriana”, cuyos méritos es justo destacar. Se incluyen en él someras biografías de importantes miembros de la diplomacia de nuestro país que, además, se destacaron por sus aportes a la literatura y a la cultura nacionales, un resumen de sus obras y algunos pasajes de su creación. Desde José Joaquín de Olmedo y Vicente Rocafuerte hasta Jorge Salvador Lara y Filoteo Samaniego, pasando por Juan Montalvo, Honorato Vásquez, Gonzalo Zaldumbide, Alfredo Gangotena, Benjamín Carrión, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Leopoldo Benítez Vinueza, Raúl Andrade, Jorge Icaza, Alfredo Pareja Diezcanseco y muchos más: la lista es larga y sustanciosa y, sin embargo, no puede considerarse exhaustiva.
En el excelente prólogo, el presidente de Afese, embajador Carlos Abad, dice que es hora de rescatar los aportes que la diplomacia profesional ha entregado al país. “Una gran mayoría de los más altos representantes de la literatura y del pensamiento nacionales han sido parte del Servicio Exterior”.
La diplomacia, por su propia naturaleza, nació y fue ejercida como una actividad de las élites representativas de lo mejor de cada Estado. Este, más que un defecto, fue una característica propia de la época. Sin embargo, la historia ha venido ampliando constantemente las avenidas por donde mejor se expresan las conquistas de la dignidad y la igualdad. Así lo recogió la Ley Orgánica del Servicio Exterior Ecuatoriano que desde 1964 se convirtió en el vademécum para alcanzar la excelencia mediante el reconocimiento del mérito.
En momentos en que denigrar al servicio exterior se ha convertido en práctica diaria de revolucionarios que buscan figurar disminuyendo el mérito ajeno y no superándolo con el propio, la publicación de un libro sobre los aportes de la diplomacia a la cultura nacional es oportuna y merece felicitaciones.
La diplomacia en la literatura o la literatura en la diplomacia: he allí dos miradas que, despojadas de prejuicios o complejos, pueden servir de base para restablecer el respeto a las ideas, los principios, la urbanidad y los buenos usos a fin de volver a conquistar para nuestro país el prestigio bien ganado que tuvo hasta hace el mismo número de años que duraron las plagas de Egipto.
Ojalá venga pronto el segundo tomo de esta obra en el que se presentarán, según anuncia el embajador Abad, los aportes de la diplomacia profesional en “otros campos trascendentes del quehacer intelectual” como la historia, el ensayo sociológico, la reflexión filosófica y, por cierto, las ciencias internacionales, “ámbito específico de la historia de los pueblos en que la diplomacia de carrera despliega su función creadora”.