La irrupción de redes sociales cambió nuestra cultura para siempre. Los millones de mensajes, imágenes y sonidos que inundan el ciberespacio, nos interconectan a diversión, información, lucha política, activismo social y a variadas causas nobles, pero también al engaño, la criminalidad y a una nueva forma de impartir sentencias y castigos.
Se cuentan por cientos las personas sometidas a juicios sumarios en las redes. Fueron despojadas de reputación, trabajo y en ocasiones hasta de la vida. Algunas quizás eran culpables, otras no. Lo cierto es que no tuvieron un proceso jurídico, opción de defensa y muchas ni siquiera conocieron a los acusadores, parapetados en el anonimato.
Exponer a personas a la vergüenza pública fue en la Edad Media una forma de regulación social e impartición de justicia. Exhibirlos en la plaza, pasearlos semi-desnudos o con alguna etiqueta, fueron ordenadas para humillarlos y advertir a sus congéneres. Hemos regresado a algo similar, pero ahora con el arma de las redes.
En el mundo, a enero de este año, se contabilizaban 2 271 millones de usuarios activos de Facebook, 1 500 millones de whatsapp, 1 000 millones de Instragram y 326 millones de Twitter, entre otras redes.
Algunos estudios vinculan el aumento de los suicidios a estas redes, donde hay amenazas, insultos y difusión de imágenes no consentidas que derivan en depresión, vergüenza y aislamiento.
Crear una cuenta en las redes es rápido y puede hacerse con datos falsos. En el ruido interminable de mensajes, un buen porcentaje proviene de emisores anónimos y hasta robots que están disponibles para atacar, enjuiciar o sentenciar a cualquiera.
En México surgió hace poco una campaña #MeToo, donde se denuncia anónimamente a hombres públicos. Es una herramienta poderosa para que víctimas alcen su voz. Pero no puede controlar acusaciones sin pruebas, relatos de hechos no consumados o la exposición de opiniones sobre relaciones tóxicas.
Un conocido músico acusado desde ese movimiento se quitó la vida, tras señalar que aunque era inocente, su carrera había terminado por una denuncia anónima, mientras otros sufrieron despidos y quedaron expuestos a la vergüenza pública. No se puede asegurar si son culpables o no.
La justicia impartida en redes, si se puede llamar así, se potencia por la ausencia de un sistema judicial expedito y preparado.
En las redes, mundo virtuoso por la comunicación horizontal, conexión y conocimiento que ha generado, también hay oscuridad. Pero no es opción regularlas, eso detendría la riqueza de la conversación social y la crítica.
Deberemos lidiar con el tema, modernizando la justicia, formando mejores ciudadanos y cibernautas, creando redes de contención y demandar a los dueños de redes, por lo menos, marginar a los impostores, exigiendo datos personales verificables. Al tiempo.