El asesinato del afroestadounidense George Floyd en Minneapolis ha desencadenado una ola de violentas protestas en esa ciudad y una veintena más de los EE.UU. Las manifestaciones llegaron el viernes a las puertas de la Casa Blanca y se repitieron el fin de semana; el domingo, con incendios y represión. La alcaldesa de Washington decretó toque de queda desde las 11 de la noche de ese día hasta las 6 de la mañana del lunes. Centenares de manifestantes exigen justicia entre voces y gritos de protesta y exhiben la fotografía de la víctima con el “No puedo respirar”, la frase desesperada que repetía hasta cuando cayó al suelo y el policía blanco Derek Chauvin perpetró el infamante crimen al mantener por más de ocho minutos la rodilla sobre el cuello de la víctima de su brutalidad.
La historia ha llenado de indignación y dolor y se ha difundido en los noticieros de todo el mundo; y se ha sumado en el país a la catástrofe de más de 100 mil muertos por el coronavirus y 40 millones de desempleados, un alto porcentaje de unos y otros afroamericanos y latinos.
Un episodio menos conocido tuvo como escenario, días antes, el Central Park en Nueva York. Los dos protagonistas tienen de común solo el apellido: Cooper. En lo demás, son bastante distintos: Christian, afroestadounidense, se halla en una zona del parque para observar aves; y Amy, una mujer blanca, en el mismo lugar, para pasear a su perro. En esa área protegida tiene la obligación de mantenerlo con correa y lo ha dejado suelto. Christian se dirige de una forma amable a la mujer y le pide sujetar a su mascota; ella reacciona mal y le advierte, exaltada, que puede hacer lo que quiera. El hombre, previsivo, empieza a grabar con su celular y le contesta que, si ella procede así, él también hará lo mismo. Había descubierto, por otras experiencias similares, una estrategia para conseguir que ataran a las mascotas: llevar unas bolitas de golosinas para perros; como el dueño de los animales desconfía de que personas extrañas los alimenten, los atan de inmediato. Amy redobla su actitud irascible; en tono agresivo, le pide que deje de grabar y llama a la policía para denunciar que corre peligro su vida porque un hombre afroamericano le amenaza a ella y a su perro.
En este episodio se evidencia también el huevo de la serpiente del racismo. El color de piel del hombre representa el riesgo de ser percibido como una amenaza y un peligro. La presunción de supremacía blanca de la mujer le da la ventaja para ser creída incluso al fabricar una mentira ante la autoridad. Por fortuna, no tuvo el final trágico que el episodio de Minneapolis, el cual comenzó con la denuncia del encargado de un mercado de comestibles cuando supuso haber recibido un billete falsificado de 20 dólares y la sospecha recayó sobre Floyd.