Decapitados

Con asombro y hasta miedo estamos recibiendo información sobre ejecuciones por parte de miembros de un grupo musulmán que se identifica como Isis.

Los casos más notorios constituyen la decapitación de dos periodistas estadounidenses; el uno, identificado como James Foley; el otro-y mas reciente-como Steven Sotloff, uno y otro decapitados, con mensaje político previo del asesino y la extendida amenaza de que otras cabezas seguirán cayendo bajo el cuchillo del terrorista.

El mundo está retrocediendo siglos en cuanto al trato al ser humano. No olvidemos que en la antigüedad las penas incluían hasta la crucifixión, que la aplicaron a nuestro Señor Jesucristo. Pero los métodos de tortura eran de los más diversos. La utilizaban hasta que la víctima acepte que cometió la infracción especialmente en el campo religioso. “Lógicamente, la sentencia culminaba este odioso proceso; y las penas más graves (para los “herejes” más peligrosos) fluctuaban en la hoguera, el ahorcamiento, confiscación de bienes, infamación del nombre por una o varias generaciones, amputación de un miembro, etc. etc. hasta las más indulgentes: las multas”(Revista de la Asociación Escuela de Derecho de la Universidad Central, año 1951).

La decapitación por parte de los criminales comunes, no es asunto nuevo. Vimos recientemente cómo en Quito y Cuenca, luego de asesinar a la víctima, la descuartizaron y sus miembros fueron colocados en un saco de yute. Eso es lo que halló la Policía.

Pero en el campo político, además de lo que estamos constatando en Oriente Medio, en el año 1977, noviembre 29, en Quito se produjo la decapitación del empresario señor José Antonio Briz López por parte de “revolucionarios”.

Causó horror verificar que lo habían decapitado y su cabeza, dentro de un cesto, la habían depositado a la entrada del edificio del Colegio de las Madres Mercedarias, en Quito.

Es una mezcla inaceptable e insolente que, para cometer los terribles excesos contra la vida en Iraq y Siria, por parte del grupo Isis, se tenga en cuenta nada menos que a la Divinidad: la “guerra santa” invoca al Dios Alá.

Se debe cuidar, con todo esmero, que la pasión política tenga límites, pues como está alimentada por el odio, si prospera podría haber una terrible cosecha de dolor, infortunio y sangre, ya que el terrorismo no diferencia entre hombres y mujeres, entre niños y niñas: la muerte afecta a todos.

Los seres humanos debemos alejarnos cuanto sea posible del odio, estado pasional más permanente que la cólera. Nos enseñaron en la Universidad Central que, así como la cólera impulsa natural y espontáneamente a la agresión destructiva directa de su objetivo, el odio actúa de un modo más complicado, sin duda por tener en germen otros componentes afectivos y entre ellos la venganza hacia la persona odiada.

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