Fernando Larenas
@flarenasec
La semana pasada comenté en esta columna acerca de las reputaciones, unos valores adquiridos durante el transcurso de la vida, pero que se pueden perder fácilmente por ese afán destructivo de denigrar, especialmente a quien le va bien. Los más expuestos a este intangible son los políticos y los ejemplos sobran; algunos han terminado bien, otros viven en el ostracismo. Algunos han sido simplemente humanos, otros fueron elevados al nivel de dioses por el fanatismo.
En el caso de la prensa hemos tenido periodistas que han mostrado una trayectoria impecable de servicio a la comunidad, en la radio, en la televisión o a través de sus comentarios en medios impresos. La reputación, generalmente, está acompañada de la credibilidad, que se consigue con trabajo y con perseverancia.Haciendo la paráfrasis a la novela de José Donoso, la televisión es el medio de comunicación donde van a morir los elefantes. La exposición constante frente a un público heterogéneo convierte al presentador de televisión en el blanco de todas las críticas, positivas o negativas, ocurra en Ecuador, en Rusia o en Estados Unidos.
Los programas de mayor audiencia, a muy pocos puntos de las novelas, son los noticiarios. Comprobado está que la mayor o menor sintonía no la otorga una cara bonita, ni la edad, tampoco que quien presente las noticias sea hombre o mujer. Ese liderazgo se lo gana el presentador o presentadora que tenga mayor credibilidad, mejor formación profesional y que se responsabilice por lo que comunica.
Existe una enorme diferencia entre leer las noticias y comunicarlas. No basta ese aparato inventado en Estados Unidos y que ahora es usado por políticos de toda índole: el teleprompter. Cualquiera que ensaye un poco puede leer un texto y parecer que lo dice de memoria. Pero quién no sabe comunicar corre el riesgo de que la pantalla se vea vacía.
No existe edad, color de ojos o de cabellos para que un presentador de TV sea exitoso. Por supuesto que la dicción, la mirada, etc. son importantes cuando se lee; la diferencia la hace quien transmite adecuadamente, sin histrionismos, con credibilidad. Las redacciones de los canales pueden tener un buen elenco de periodistas, editores y productores, pero si no tienen un buen comunicador es difícil que alcancen el liderazgo en la sintonía.
La televisión, como todo medio de comunicación, tiene esa característica tan especial de otorgar prestigio o desprestigio a un presentador. He conocido a la mayoría de periodistas que presentan noticias en la televisión nacional que tienen un adecuado grado de prestigio, también hemos tenido de los otros, pero me atrevo a afirmar que hay uno solo que suma todos los valores que requiere el periodismo, incluido el de ser buena persona como decía Kapuscinski: ese es Alfonso Espinosa de los Monteros.