Uno de las decisiones más graves y duraderas de mi vida fue convertirme a los 7 años en hincha de Argentina. Era una opción libre y solitaria pues a mi papá le gustaba el tango, no el fútbol, pero yo estaba encandilado por las noticias que llegaban del Sudamericano de Lima, donde los ‘caras sucias’ quedaban campeones y creían que era solo cuestión de trámite ganar la Jules Rimet. Pero al año siguiente asomó el Brasil de Pelé y oleadas de latinos se cambiaron de camiseta y aprendieron a decir ‘scracht’. Yo me mantuve fiel a la albiceleste, que iniciaba allí su calvario, aunque para entonces un delantero argentino del Real Madrid, Alfredo Di Stéfano, ya era considerado el mejor jugador del planeta.
Lo trágico es que Argentina siempre tuvo grandes futbolistas y grandes equipos pero casi nunca logró armar buenas selecciones porque cada estrella tenía brillo propio y no encajaba en los esquemas de los sufridos entrenadores. Era como si acataran la partitura derrotista del tango, pero, salvo que un ecuatoriano hubiese asimilado a fondo la tristeza de ese baile malevo, no tenía por qué hinchar por esa selección de engreídos y depresivos: para sufrimientos deportivos teníamos de sobra con nuestra selección, la que nos tocó en suerte con la partida de nacimiento y que en aquellos días literalmente no daba pie con bola, de modo que en cada partido de eliminatorias rogábamos que no nos metieran más de tres goles.
Ahondando el masoquismo, me negué a disfrutar del Mundial que ganaron los argentinos en 1978 porque fue organizado por la dictadura genocida de Videla, que llegó a sobornar a jugadores peruanos para que les dejaran clasificar. Una vergüenza continental que solo sería lavada en el Mundial de México, donde el Maradona de la mano de Dios y el mejor gol de la Historia se echó el equipo al hombro y terminó como el nuevo rey del fútbol. Pero más allá de su genialidad y de ese liderazgo en la cancha del que carece Messi, el Diez resultó ser un personaje grotesco, cocainómano, ignorantón y populista a carta cabal, tanto así que hoy acude con Rafael Correa a respaldar a la sangrienta dictadura de Caracas y hace gestos obscenos en los estadios rusos.
Ante el repetido viacrucis de la selección argentina, que perdió tres finales seguidas y clasificó con las justas en Quito, un columnista de Clarín escribió que le daban envidia los uruguayos pues ganan sus partidos, tienen el mismo entrenador desde hace tres mundiales y Pepe Mujica sale de su chacra en su VW destartalado y nadie le insulta como a Cristina Kirchner. Quizás leyeron esto los albicelestes pues ganaron a Nigeria a la uruguaya, o sea, a la brava. Mas hoy vuelve el sufrimiento y el niño indeclinable que llevo adentro ruega que Leo, el bipolar, amanezca iluminado y prolongue la agonía un chance más.