Cada vez es más frecuente encontrar a algún “veci” haciendo “pipí” en medio de cualquier avenida de la “Carita de Dios”, a plena luz del día, como si no pasara nada. Y efectivamente no pasa nada. No hay policía municipal o nacional que le llame la atención, no hay algún transeúnte de a pie o en vehículo que le diga algo o le pite. Todos vemos a otro lado, mascullando indignación frente a tan agresiva y antihigiénica escena.
¿Qué pasa por la mente de los orinadores callejeros?: ¿Excitación y exhibicionismo? ¿Placer al provocar la reacción en la gente? ¿Gusto por la irreverencia e irrespeto a los demás? O nada, porque cree que es normal hacer las necesidades frente a todo mundo.
Los exhibicionistas y orinadores, muchos en décadas pasadas, fueron reducidos por campañas educativas de varias alcaldías. Los creíamos desaparecidos. Pero no. Allí se reproducen. Son cada vez más.
¿Pero por qué renacen estos personajes que consideran al espacio público como territorio de nadie? Los municipios dejaron de trabajar en la educación ciudadana para el buen convivir y para aprender que lo público es “tuyo”, es “nuestro”. La escuela caótica y desbordada. El poder, que en la última década, creó condiciones de validación e impunidad para que renazca el irrespeto.
Así, los orinadores callejeros, son los seguidores del ejemplo de los orinadores simbólico-políticos. Los que durante años, y con su jefe a la cabeza, exhibieron sus miserias y sus uñas creyendo que nunca se les acabaría el poder. Los que sin pudor desparramaron su ambición, egolatría extrema y resentimientos. Los que construyeron un andamiaje simbólico e institucional de saqueo. Los que arrastraron a todos al miedo y a la sumisión.
Se potenció en la sociedad algo que ya tenía: el asistencialismo y el clientelismo, alentados por la política de bonos, puestos y contratos del Estado paternal. Desde allí, somos más los que nos quejamos de todo, los que esperamos que la autoridad nos resuelva todo, los que arrojamos basura donde nos cae la mano, los que no recogemos los excrementos de nuestros perros, los que depositamos a nuestros hijos en las escuelas y nos olvidamos de ellos.
Vamos hacia una nueva campaña electoral cuya propuesta central para los futuros gobiernos locales, debería ser generar ciudadanía movilizada por objetivos comunes. Derechos y deberes. Solidaridad y creación de comunidad. Estado, municipios, sociedad y familias, cada cual con sus roles: corresponsabilidad diferenciada y concertada.
El creciente olor a orines, sobre todo en el centro histórico, debería convocarnos, a tener una ciudad limpia, equitativa, acogedora y linda, llena de arupos, así como una sociedad organizada y propositiva, una dirigencia política ética y pensante, y un Estado democrático y transparente.