Da grima

Pobre país, teniendo que soportar, además de sus problemas cotidianos, esta bronca entre morenistas y correístas, gentes del mismo partido, hoy enemigos íntimos. Da grima. O sorna. O risa. O todo al mismo tiempo. Se graban unos a otros. Se delatan. Se fisgonean. Se mienten. Se traicionan. Se acusan. Se tapan las trapacerías. Se denuncian entre ellos. Se quitan la plata, la sede, la marca. El gobernante a estas alturas no ha de confiar ni en su sombra. Ni en su mano derecha (¿o era manga izquierda?). Ni siquiera en él mismo. ¿Será de fiar?

Da grima. O sorna. O risa. O ganas de llorar. Los correístas, ahora convertidos en fervientes opositores dicen “ser perseguidos por una dictadura”. Su líder ha dicho que “ni con LFC se vivió esto”(sí… así mismo dijo en un tuit) olvidando que casos como Dayuma o los 10 de Luluncoto se dieron en su mandato.
Se sienten perseguidos, dicen, los correístas mientras 177 dirigentes y luchadores sociales, indígenas y campesinos, reclaman por amnistía pues en los años de su gobierno fueron encarcelados por protestar y mientras los denunciantes de varios de los escándalos de millonaria corrupción tienen que andar con grillete electrónico.

Lo dicen, además, sueltos de huesos, convencidos de su pureza y rectitud, cuando el contralor de la Nación, es decir, el que controlaba los dineros de la nación, está prófugo como prófugo está el ex director del IESS y otros tantos de cuello blanco. Se sienten perseguidos por un “estado de opinión” luego de diez años de haber impuesto un “estado de propaganda”. Se les viró la tortilla. Están tomando de su propia medicina y seguro que sabe amarga. Están cosechando lo que han sembrado: tempestades.

Da grima. O sorna. O risa. La oposición no correísta, (salvo honrosas y valientes excepciones) hasta tanto, bien, gracias. Oposición escurridiza, de declaraciones tibias, de gente también oportunista, acomodaticia, que piensa solo en sus intereses, que simula que se escandaliza de que no haya el giro de timón de 180 grados, como si el gobernante pudiera borrar de un plumazo leyes, políticas, y procesos elaborados en una década; como si de pronto todos se pudieran convertir, por arte de birlibirloque, en “el otro yo del doctor merengue”; como si la sola voluntad bastara para enderezar las ramas torcidas de la revolución.

Mientras se despellejan unos a otros, mientras los morenistas se alinean hoy a una democracia en la que no creyeron antes, mientras los correístas se colocan el traje de víctimas y perseguidos luego de haber sido perseguidores, se puede escuchar la voz de los indígenas que han llegado a Quito con pedidos concretos: amnistías e indultos, recuperación de la educación bilingüe, freno a las concesiones mineras y a las políticas extractivistas. Dicen que estarán vigilantes. Qué así sea.

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