Si gana la democracia, triunfa el pueblo. Ni la izquierda ni la derecha se lleva el trofeo. Al lograr el voto, se unifica la población, una sola que busca futuro, profese una u otra ideología. El candidato no se aferra a ese resultado positivo ni a su vanidad o grandeza, agradece la generosidad de quienes le otorgaron su aceptación, permitiéndole ser una fuerza para alcanzar sus sueños. La política decente no cambia ni se acomoda por conveniencia al momento, congraciándose con el número de votantes necesarios para llegar, hambrientos, al poder. La ideología verdadera no miente ni se desquita con aquellos que no votaron por su preferencia. El político justo agradece y llama a la fusión de todos para alcanzar la esperanza de un país pacífico y permitiendo la convivencia.
El mal perdedor, llama a la desunión, se amarga y, ataca ante la decisión del voto contrario, lo señala, se enardece y promete convertirse en un poder callejero inflamatorio, negativo, separatista. Señala, desvergonzado, porque su propio sueño no se cumplió, violando la decisión de lo que, en campaña, llamó su pueblo. Lo irrespeta, lo denigra, sin democráticamente, llamarlos al futuro, a seguir el camino y la lucha.
El Ecuador conoce ambos discursos. Es experto, los escuchamos, pero aún no aprendemos a diferenciarlos. Nos dejamos vencer, en el pasado reciente, por el engaño que no dio fruto en el país vecino. Un ambicioso, vanidoso que promete lo que nunca cumplirá. El resultado es positivo y, esperanzados, el continente ya no es ciego. Pierde la línea del socialismo que no tiene nada de humanitario, ni protege al país o sus pobladores, y deja heridas profundas.
En política, en democracia, se puede disentir, las diferencias enriquecen cuando se las lleva con madurez, calificativo que no se puede brindar al Socialismo del Siglo XXI. Cuando sean capaces de discutir sin odio, cuando el interés principal sea el general y no el personal, se los respetará.
Conciliar está bien, presidente Moreno, respetar a la oposición es correcto, pero encubrirla, brindarle apoyo, tapar sus largas colas enredadas, es imperdonable. La valentía, la frontalidad, la autenticidad, crean respeto. La permisividad, la falta de una línea dura contra los que dejaron un país hundido y ni la mesa tendida, es inadmisible. Se entendería no son sólo ellos, quienes temen ser perseguidos y corren despavoridos por el mundo. Buscan tapar sus crímenes y, como autores y cómplices, deban ser protegidos.
Hay cambio, verdad, tan así, que hoy la libertad de palabra es el ritmo de estas frases. Cierto que hay un valiente Trujillo que no teme desenmascarar. Finalmente, hay una nueva cabeza en Relaciones Exteriores, con una carrera, preparado para dirigir las comunicaciones internacionales y callar ese espinoso problema. Nace la controversia cuando, a la defensora de dictaduras, se le otorga aprobación gubernamental con la designación de una misión.
Con la tendencia continental, es importante sumar fuerzas con países vecinos, derrotar la anti democracia. Este es el momento de la acción, de no callar y dejar el doble discurso de lado.