Chacota es una palabra olvidada aunque era de uso frecuente hace algún tiempo. Significa alboroto y alegría con que se celebra un acontecimiento, pero también, tomar a chacota, significa hacer burla de algo.
El domingo pasado hubo chacota política en ambos sentidos. Primero la ruidosa celebración de la victoria anticipada de un bando y después la celebración dudosa del otro bando. También la burla al ver a los derrotados, con caras de velorio, montados en la tarima de la victoria y después la burla a costa de los ganadores convertidos en perdedores.
La chacota nacional ha continuado toda la semana con ganadores y perdedores haciendo papelones en los medios y las tarimas.
Dejando atrás la chacota, lo que ha quedado en claro es que el Consejo Nacional Electoral no pudo recuperar la confianza de los ciudadanos y merece la protesta de la gente en las calles, el repudio y los reclamos del candidato declarado perdedor y debiera merecer el rechazo del ganador porque la incompetencia del Consejo Electoral le ha privado de una dosis de legitimidad que le puede resultar fatal a la hora de gobernar un país dividido y destruido.
Probablemente será imposible probar que hubo fraude en las elecciones del domingo pasado; solo serán revisadas unas 1 700 actas en las cuales se han alterado los resultados, según los impugnadores. En el mejor de los casos les darán la razón y corregirán el número de votos pero sin cambiar los resultados de la elección. Lo que no revisarán nunca son las inconsistencias en el padrón electoral, la campaña sucia, el uso del aparato estatal en beneficio del candidato ganador, el sistema informático, el abuso de los medios públicos e incautados y la falta de neutralidad de un Consejo Nacional Electoral conformado a gusto del movimiento político de gobierno.
El proceso electoral es mucho más amplio que el conteo final de los votos y para determinar la transparencia nada ayudan las misiones de observadores porque observan solo la última etapa en la que nada se ve. Solo las misiones de la Unión Europea hacen una auditoría total del proceso, pero esa misión no fue aceptada por el gobierno.
Vivimos malos tiempos para la política y los políticos que se empeñan exclusivamente en alcanzar el poder y mantenerse en él a cualquier precio.
Hace pocos días comentaba un columnista español que “es difícil entender esa obsesión de mantenerse en el poder en una época en la que los políticos son imputados, investigados, paseados, insultados. No los ahorcan, como antes, pero se les putea y casi se les lincha en la puerta de los juzgados o en los telediarios”.
La respuesta está en la corrupción, la ignorancia y el atraso económico de nuestros países que claman, una y otra vez, por los mesías del populismo que saben llegar al poder pero no encuentran las formas decentes de salir.