¿Existe la “cultura nacional”?

El fundamento de la nación reside en la cultura entendida como ese conjunto articulado y coherente de valores espirituales, morales y materiales que forman un sistema o una estructura; legado que una comunidad ha ido acumulando a través de una experiencia histórica hasta formar con él una visión del mundo capaz de alimentar unas tradiciones y un núcleo ético y mítico que definen un modo de ser y un estilo de vida que le son propios y característicos. Si ello es así, es legítimo entonces hablar de una cultura nacional como expresión singular de una nación en su conjunto.

En el terreno de los hechos, esa ansiada uniformidad cultural resulta imposible al interior de la nación, pues ésta, casi siempre, se halla conformada por una pluralidad de pueblos, cada uno de ellos con una diversidad de visiones, estilos y experiencias que los presentan como exclusivos. No obstante –creo yo-, sigue siendo válido el concepto de cultura nacional, pues, sobre la manifiesta diversidad de comportamientos -tan propia de la naturaleza humana- y sobre la disgregación a la que todo ser humano tiende en el ejercicio de su libertad, está siempre latente en un pueblo ese impulso hacia la unidad y la coherencia de la totalidad a la que se encamina una sociedad que aspira a persistir en el tiempo, impulso que toma forma y sentido en un conjunto interrelacionado de significados que explican la manera de ser de una comunidad. “Así, con el tiempo –ha escrito Cristian Parker- cada cultura va conformando un determinado estilo de vivir y ver las cosas y una determinada forma de sentir, gustar y apreciar la vida y sus contingencias”.

Si la nación es, como se ha dicho, una comunidad imaginada, la cultura nacional es ese conjunto de valores que sustentan esas imágenes mentales que actualizan la memoria colectiva; espejo en el que un pueblo se mira, se conoce y reconoce como unitario y plural a través de los fragmentos de la diversidad.

La importancia de la cultura nacional se ha puesto en duda en aquellas ocasiones en las que esta ha sido invocada por ciertos políticos que han pretendido, con tal apelación, otorgar trascendencia a sus pretenciosos discursos y sentido histórico a sus luchas coyunturales y aspiraciones de clase. Ventajosamente, no siempre ha sido así. Los intereses de la nación, los proyectos del Estado, las reivindicaciones democráticas del pueblo, las propuestas de constitución política, los estallidos de insurrección, todos estos propósitos han recurrido, de una u otra manera, a la idea de cultura nacional como un medio de cohesión y encuentro de los pueblos, regiones y grupos en el ámbito de la identidad común. Para aquellos movimientos sociales surgidos de la entraña popular, la idea de un pasado común y un destino compartido se convierte en un sentimiento que los convoca y relaciona.

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