Hace pocos días, el Gobierno del Perú, con el respaldo del Grupo de Lima, cuestionó al autócrata presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y canceló la invitación para que asista a la VIII Cumbre de las Américas, cita que se celebrará en Lima, el próximo mes de abril.
Ni corto ni perezoso, Maduro rechazó tal decisión y anunció que, “por tierra, mar o aire, llueva, truene o relampaguee”, llegaría a la Lima, capital peruana, para exponer “la verdad de su país”. Seguramente, tendría en su afiebradamente describir la “realidad” democrática, libertaria, progresista, igualitaria e incluyente en la que vive su feliz pueblo, en pleno goce de los derechos humanos y de la holgura económica creada por el socialismo del siglo XXI, pese a las pasajeras dificultades causadas por la conspiración de los súbditos del imperio. Hablaría, en suma, del plácido ambiente de platónica tranquilidad en el que ha logrado volver una realidad los sueños de su dirigente eterno, el coronel Hugo Chávez.
El Perú –objetaría Maduro- no tiene facultad para impedirme llegar a su territorio. ¿No encarno, acaso, la soberanía de Venezuela? ¿Quién puede oponerse a que tome parte en una cumbre de la que mi país es miembro? ¡Viajaré a Lima a demostrar que la Asamblea Constituyente que nombré y las elecciones presidenciales adelantadas que ordené tienen el generoso propósito de mantener en vida a la revolución que ha dado bienestar y paz ejemplares al pueblo venezolano!
Y así, ordenaría a su avión presidencial enrumbar hacia cielos peruanos, evitando sobrevolar la inamistosa Colombia, en espera del cordial saludo que respondería al suyo al cruzar el Ecuador, descartando la posibilidad de que el Perú, al haberle declarado “persona non grata”, tome medidas para impedir una incursión en su territorio.
¿Se atreverá a ir? ¿Volarán los aviones de caza peruanos junto al de Maduro para someterle, en cielo inca, a la soberanía de ese país? ¿Le obligarán a abandonar el espacio aéreo del Perú? ¿Reconocerá Maduro que no es legítimo dar coces contra la soberanía ajena y exigir, al mismo tiempo, respeto para la propia? ¿Decidirá aterrizar en el Ecuador para ir a Lima por tierra o mar? ¿Cómo reaccionará el Ecuador ante la eventualidad de una visita imprevista del venezolano?
¿Argüirá que el Perú no tiene derecho para impedir que el Presidente de un país miembro asista a la Cumbre, como lo han anticipado la Vicepresidenta y la Canciller? ¿Seguirá el Ecuador aislándose al actuar como escudo del universalmente repudiado Maduro? ¿Tomará, por fin, el presidente Moreno las riendas de la política internacional en sus manos?
Mientras tanto, ante los abusos del autócrata venezolano y la infructuosidad del diálogo para resolver este grave problema, la ominosa figura de una condenable intervención militar ha vuelto a aparecer.