Poco a poco aumenta el número de quienes creen que la llegada de Moreno al poder ha significado no solo un cambio de estilo sino algo más profundo. Sin dejar de lado su ideología, el Presidente ha optado por un camino distinto para llevarla a la práctica.
Un prestigioso jurista percibe atisbos de democracia en la forma como Moreno está gobernando: respeto a las libertades y derechos ciudadanos y diálogo para consultar la opinión ajena, aún la contraria al pensamiento oficial. Parecería que se empiezan a usar los mecanismos de la democracia, no para destruirla, como ocurrió en la década correísta, sino para fortalecer la gobernanza, disminuir los desacuerdos y decidir contando con otros pareceres. Moreno ha declarado, inclusive, que si las circunstancias lo exigen, no dudará en consultar la voluntad del pueblo.
¡Traición!, ha sentenciado Correa, y han surgido desavenencias entre los dirigentes de su partido, para quienes no hay otra voz que la del líder máximo, al que se sometieron servilmente. Se quejan de que Moreno no ha defendido “los grandes logros de la década” .
A las declaraciones sensatas del Presidente deben seguir las decisiones consecuentes. Podría ser que, para algunas de ellas, necesite algo más de tiempo, pero ya es hora de que tome medidas sobre algunos temas emblemáticos: la ley represiva de la libertad de información, los perseguidos políticos, el decreto 16, la austeridad fiscal. Y debe ser implacable en la lucha contra la corrupción. Las empresas extranjeras y nacionales que firmaron contratos con el Estado deben ser investigadas y juzgadas tanto como los funcionarios públicos que los negociaron, autorizaron y suscribieron y que aceptaron o exigieron el pago de coimas. La documentación contractual debe contener revelaciones importantes. Ordene Moreno, entonces, que las entidades del estado abran sus archivos y trabaje el fiscal para descubrir toda la verdad.
Se ha dicho que nunca ha habido en el Ecuador tanta corrupción como en la década pasada. Es que, además de la inmoralidad en el manejo de los dineros públicos, escandalizaba el cinismo con que se pregonaban “manos limpias” donde solo había suciedad y se insultaba, perseguía y encarcelaba a quienes denunciaban la corrupción. La sonrisa cínica de la dialéctica oficial era, quizás, la peor de las ofensas a la ciudadanía.
Moreno debe demostrar con hechos sustantivos que su lucha contra la corrupción es auténtica, y tomar las medidas que se requieran, sin hacer caso a las rabietas desde Bruselas. Prescindir de quienes dirigieron o ejecutaron las anteriores políticas sería un paso en la buena dirección.
Consultar al pueblo -ya lo ha insinuado el presidente Moreno- resulta indispensable para desmontar el sistema que hizo posible la corrupción.