Más de 300 muertos son el resultado de la brutal represión que, en los tres últimos meses, ha ejercitado el dictador Ortega contra el pueblo nicaragüense, que rechaza los abusos y arbitrariedades de un régimen nacido como una expresión de lucha contra el dictador Somoza, hace casi cuarenta años, y que se ha transformado en otro somocismo, más tiránico y más sangriento.
Los 300 asesinatos, con todo el horror que transmiten, no superan en dramatismo a los casos de tortura denunciados por el Obispo de Managua quien, llorando de indignación, evocó el sufrimiento de los jóvenes a quienes los servicios de investigación de Ortega les arrancan las uñas con tenazas para castigarles y obligarles a declararse culpables de insurrección contra el gobierno. Los encapuchados de Ortega han respondido al llanto episcopal con nuevas agresiones a sacerdotes e iglesias. La Comisión Interamericana de DD. HH. ha condenado severamente a Ortega.
En 1979, al aproximarse el triunfo de la revolución sandinista, el Grupo Andino juzgó necesario poner fin a la indiferencia internacional y facilitar el ocaso del corrompido gobierno de Somoza. Destacó, para el efecto, una misión compuesta por los Cancilleres de Venezuela y Ecuador, que tuve a honra presidir. Viajamos a Managua con el encargo preciso de pedir a Somoza que suspenda el baño de sangre que diezmaba a su pueblo, que renuncie a su cargo antes de que la revolución triunfara militarmente y le impusiera una derrota sin condiciones, y que dé paso a la formación de un nuevo gobierno de unidad nacional con las fuerzas del sandinismo. El encargo no podía ser más delicado pero era democráticamente indispensable. La tormentosa ceguera que produce el uso y abuso del poder se puso en evidencia cuando Somoza nos dijo, con cara de hipócrita contrición: “La culpa de todo la tengo yo por el exceso de libertades que he concedido a la juventud rebelde”, añadiendo, ciego y torpe, que “se calumnia a la familia Somoza cuando se le acusa de poseer más de la mitad de la riqueza del país cuando no posee más de un 30%”.
Poco después, triunfó la revolución en cuyo directorio actuaba Daniel Ortega quien, con el pasar de los días, empezó a dar muestras de intransigencia y maquiavelismo, lo que influyó en el nacimiento de las “contras”. Su larga y fraudulenta permanencia en el poder, que comparte ahora con su esposa, ridícula creyente en brujerías y magia negra, permite constatar que quien pretendió liberar a los nicaragüenses de la tiranía de Somoza ha ejecutado un plan meticuloso para instaurar la suya propia, más corrupta y más sangrienta.
¿La comunidad internacional no podrá hacerle sentir lo que el Grupo Andino le dijo a Somoza allá en 1979, y propiciar así el retorno de la libertad y los derechos para el sufrido pueblo hermano?