Nunca se sabe

Con quién, cómo, por qué o dónde nos encontrará el próximo Mundial. Y cómo, con quién, por qué de esta manera, y no de otra, hemos llegado a ser testigos de Rusia 2018. Talvez coincidan conmigo en que estas preguntas de autoexamen merecen ser hechas por lo menos cada cuatro años, aprovechando que una pelota nos pone existencialistas en proporciones planetarias.

El fútbol, o sea el más importante de los asuntos menos importantes –parafraseando a Valdano–, da para decir y pensar mucho. Como esto que acaba de escribir Martín Caparrós en su columna mundialista de The New York Times sobre esa ficción simple y primaria que es la patria y que suele ser en estos casos una proveedora inigualable de felicidad; o que cuando se trata de fútbol la mayoría siempre sabe exactamente lo que quiere, “esa forma de la felicidad tan difícil de encontrar en una vida”.

Saber lo que se quiere, como una de las formas de la felicidad… Estoy tentada a darle la razón a Caparrós. Pero saber lo que se quiere y no poder obtenerlo es una fuente de frustración; que lo digan los marroquíes, los peruanos o cualquiera de los 16 equipos eliminados en primera ronda.

Y de vuelta a las preguntas: como país y como personas en qué andábamos en Brasil 2014 (en qué andaremos en Qatar 2022). Hace cuatro años dije en este mismo espacio que he tenido tantas vidas como mundiales vividos. Hoy, lo confirmo. Reinventada (o reencauchada) he llegado a Rusia 2018. Ecuador también lo ha hecho; y con una pinta de Frankenstein que no le hubiéramos adivinado hace cuatro años, cuando era un monolito.

En 2014, el país aún vivía el clímax correísta. Y si alguien hubiera vaticinado lo que pasa ahora hubiéramos dicho: imposible. Como es a escala macro, es a escala micro. Debe haberles pasado a ustedes también que hoy están en un sitio inimaginable o haciendo algo no previsto. A mí me pasó: un dolor fresco (como el de un penal errado) no me dejaba dormir en Brasil 2014. Hoy, duermo contenta, abrigada. ¿Qué les pasaba a ustedes? (bueno, malo, insípido); ¿dónde están cuatro años después respecto de esa alegría, esa tristeza, ese aburrimiento?

Hace cuatro años yo decía –aquí mismo– que estaba aprendiendo a no hacer planes. Pues nada, recaí: tengo planes; peor aún, tengo ilusiones. Hay mañas de las que es dificilísimo deshacerse. Le pasa a todo el mundo: a Neymar, que finge que le hacen penal; a los jugadores que no dejan de agarrarse cada vez que se cobra un córner. De algunos personajes públicos, ya sabemos: su vocación de Juanito Alimaña.

¿Qué será de Neymar, de ustedes, de mí, de estos lamentables personajes públicos en el 2022? ¿Qué desgracias, qué milagros, qué ignominias habremos atestiguado para entonces? Nunca se sabe.

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