Hace tiempo que la política local y mundial no era una fuente de tanta desolación (al menos para mí). Más que nada mi desolación se origina en la incomprensión de por qué hay gente que vota por quien vota y aguanta lo que aguanta. Cada vez que colapso, de rabia o de tristeza, trato de acordarme de que todo, al parecer, se explica por la forma en que cada uno entiende el amor (ya les cuento). Y aunque saberlo no me conforta, por lo menos, me permite entender a toda esa gente cuyas decisiones aniquilan mi fe en la humanidad y arruinan la vida de millones de personas, en todo el mundo, que entienden el amor como yo lo hago.
Con la muerte de Fidel Castro y las larguísimas filas que se arman estos días en La Habana para despedirse de una foto suya; más las declaraciones de esos dolientes que aseguran (y les creo) que han perdido a su padre, tenemos el ejemplo perfecto de lo que un podcast llamado Hidden Brain, de la NPR (National Public Radio, de Estados Unidos), trató de explicar hace unos meses en uno de sus programas, a propósito de la contienda electoral entre Donald Trump y Hillary Clinton.
La explicación va más o menos así: Las personas entendemos a nuestras sociedades como nuestras familias extendidas y a los administradores de las mismas (presidentes, primeros ministros, jeques, reyes, etcétera) como las cabezas de esas familias. Y, por lo tanto, aceptamos que esas enormes familias llamadas países funcionen como funcionaban y/o funcionan nuestras familias nucleares. Es decir, existen personas que creen en el amor paternal como una presencia fuerte, que controla, que es estricta, que sabe qué es lo mejor para cada miembro, cuya voz es ley (todo por el bien de la familia); y otras que entienden y viven el amor paternal como aquel que está abierto a la comprensión, que cree que todos tienen su propia voz, que promueve la toma de decisiones conjuntas, que es flexible (todo por el bien de la familia). En definitiva: el padre estricto e imponente versus el padre comprensivo y afectuoso.
Ya no hace falta explicar nada más, ¿cierto? Cada uno se verá pintado de cuerpo entero o al menos en un 75% en el modelo que le sea familiar y deseable (porque también están los que se rebelan contra el padre); cada uno ha vivido un poco o totalmente –como hijo/hija o como padre/madre– estas visiones de la vida. Visiones que se convierten, según los expertos de Hidden Brain, en opciones políticas; pues con nuestro voto o nuestra aceptación pasiva del modelo político que vivimos validamos una forma de familia, que es también una forma de amar, de convivir.
Así, arrastrados por el amor, creamos a nuestros ‘padres’ políticos a nuestra imagen y semejanza. De tales hijos, tales padres. Y viendo a nuestras criaturas, quizá vaya siendo hora de pedir cita para una terapia familiar (a ver si remendamos tanto corazóndesolado).