La corrupción y la necedad política coparon todos los espacios durante el gobierno de Rafael Correa. Las relaciones internacionales del Ecuador no fueron una excepción. Por mucho que criticaron a los cancilleres de la supuesta larga noche neoliberal, incluso yendo tan atrás como la venta de la bandera de José María Plácido Caamaño en 1894, todos se quedan cortos con la contemporánea “venta de la bandera” a China. Varias voces -me incluyo- advirtieron todos estos años el cambio fundamental en las relaciones internacionales contemporáneas. China es una amenaza real a la conservación de recursos en todos los países del planeta donde tienen inversiones, pero particularmente para sus ahora países tributarios, aquellos que les deben gran cantidad de dinero en préstamos. Se lo dije a la Comisión de Asuntos Internacionales de la Asamblea que dirigía Fernando Bustamante hace unos años: Ni siquiera EE.UU. ha sido capaz de poner en cintura a China. China es los Estados Unidos de finales del siglo XXI. Y, sin embargo, los genios estrategas de la “estrategia de inserción inteligente” del Ecuador no se dieron cuenta o no quisieron darse cuenta. Pusieron banderitas en los países que consideraron rojos y creyeron que la afinidad ideológica iba a hacer el resto.
La esquizofrenia nunca quedó allí. El mismo canciller que escribió su tesis doctoral sobre la Guerra del Atún y la valentía ecuatoriana contra EE.UU. en el período 1952-1982 declaró un hito histórico el arribo del líder chino que sellaba nuestro destino apenas hace un año: Guillaume Long. Por lo menos en Washington, había canales institucionales para protestar o hacer lobby contra Kissinger en el Congreso. Buena suerte tratando de hacer lo mismo en Beijing. ¿Alguien cree que algo podrán hacer para detener las ambiciones de la flota pesquera más agresiva del planeta después de que Correa hipotecó nuestro futuro cercano a China? La prueba es que semejante agresión a los recursos de la reserva marina no merecieron más que una conversación entre el vicecanciller y el embajador. La canciller María F. Espinosa miró la historia triste de recursos soberanos mancillados repetirse ante sus ojos.
Está clarísimo que una buena política exterior no está entre sus prioridades, después de su apoyo irrestricto a la ya declarada y oficializada dictadura venezolana justo cuando sus colegas ministros Eva García Fabre y Pablo Campana anunciaban la necesidad de reinsertarse en el escenario internacional y de la posibilidad de negociar un acuerdo comercial con EE.UU. Es esquizofrénico pretender que se puede atraer inversiones o negociar algún tratado comercial con EE.UU. desde el Ministerio de Comercio cuando la política exterior oficial del Ecuador aún apoya el derrocamiento de la democracia en Venezuela sin contar con sus tibios apoyos pasados a Siria y Corea del Norte. El Ecuador no puede aguantar un minuto más de incoherencia en el frente externo.