Era escurridizo. Se infiltraba en los sitios más difíciles, husmeaba sin hacerse notar y volvía con la información necesaria. Por eso, en inteligencia policial, le llamaban “El Ratón”. Destacó incluso entre los nuevos miembros del espionaje policial que, al llegar el siglo XXI, debían tener conocimientos tecnológicos. Ya no eran simples pesquisas, como, con cierto desprecio, se les llamó por décadas: ahora era expertos en pinchazos telefónicos, “phishing”, “hacking”, barridos electrónicos y más. Según el gran retrato por Juan Carlos Calderón en Plan V, nació en Cotopaxi, llevaba 25 años en la policía, integró la exitosa Unase y la no menos estelar UIES, y fue agente de confianza de varios comandantes generales.
Por eso, cuando en 2012 Su Majestad quiso que se trajera a toda costa desde Colombia a un tal Fernando Balda que había sido de sus propias filas y se había vuelto contra él, escogieron a Raúl Chicaiza, El Ratón, que para entonces ya estaba en la Senain. Pero en esta operación, el Ratón “se jaló las cuadras”, y es difícil de creer que alguien tan sabido cometiese semejante cadena de errores. Comenzó bien pues logró ser invitado como parte de una supuesta fundación política a una reunión en Medellín nada menos que con el expresidente de Colombia Álvaro Uribe, a la que también asistió Balda. El Ratón se mostró entonces como un hombre respetable, afín a Uribe, retirado de la policía y con una empresa de servicios de computación.
Balda cayó en la trampa y brindó su confianza a este caballero que quería comprarle algunos de los equipos de espionaje que vendía (tan buena es la cobertura del Ratón que sitios web del correísmo siguen hablando del “empresario Chicaiza”). Mientras tanto, contrató a unos matones en Cali, alquiló un vehículo 4 x 4 y fue con Balda a un sanandresito tecnológico de Bogotá, donde le dio el esquinazo para que aparecieran los matones y lo secuestraran.
El Ratón se confió demasiado. No calculó que, en una ciudad con tantos atentados como Bogotá, los taxistas son pilas: cuando vieron el forcejeo y que se llevaban a un hombre contra su voluntad, dieron la alerta a la Policía que les echó el guante, entre otras cosas porque los matones eran de Cali ¡y no conocían Bogotá!, y luego se les juzgó y condenó. Pero el error principal del Ratón no fueron sus chambonadas, sino creer que, al ser una operación del Estado ecuatoriano, no le pasaría nada (incluso si el carro y la habitación estaban alquilados a su nombre). Lo enjuiciaron en Colombia y, como en algunas operaciones mafiosas, los capos le despreciaron. Su vida se derrumbaba y nadie le ayudaba, ni en Colombia ni en el Ecuador. Hasta que se hartó y está cantando todo lo que sabe. Hoy es el testimonio de un Ratón el que permite vincular a Su Todopoderosa Majestad. Igual que en una fábula infantil.