¿Está Ecuador en un camino inevitable hacia una deflación? Todo parece indicar que sí, por lo que debemos prepararnos para entenderla y vivir bajo esa nueva realidad.
La deflación -o inflación negativa- es una caída generalizada y prolongada de los precios de bienes y servicios. El país tuvo experiencias deflacionarias en su historia y, más recientemente, entre 2017 y 2019, pero fue leve y efímera. Formalmente, una economía es deflacionaria cuando tiene al menos dos semestres seguidos de caídas de precios. Ese sería el caso para los próximos años.
Alguien me dijo que no le parecía mal, pues si los precios bajan, ella podría comprar más e incluso ahorrar. El problema es que la deflación está asociada a un colapso de la demanda, la recesión económica y el desempleo, por lo que también caerían los ingresos de los trabajadores públicos y privados, de los informales, de los propietarios de hoteles y restaurantes y tantos otros que han sido golpeados por la crisis. Y claro, si no hay plata, los precios tienen que bajar o si no, no hay ventas.
En las anteriores crisis, sabíamos lo que nos esperaba: una depreciación de la moneda que erosionaba los ingresos reales de las familias y nos abarataba frente al mundo. El ajuste era duro, redistribuía el ingreso a favor de quienes generaban divisas y golpeaba especialmente a quienes dependían de ingresos en moneda doméstica.
Bajo la dolarización, depreciar la moneda no es una opción. Salir de la dolarización tampoco, pues sería traumático y no resolvería los problemas de fondo. De haber tenido ahorros o mayor acceso a financiamiento, se habría podido mitigar esta crisis a través de la política fiscal, pero no hay espacio para ello dada la penuria de las finanzas públicas.
En consecuencia, restablecer el crecimiento económico y el empleo pasaría por un ajuste igualmente duro, con una baja de precios, remuneraciones e ingresos, en especial en los sectores no transables, como arriendos y la mayoría de servicios. El ajuste pondría tensión sobre los deudores y por tanto en el sistema financiero que desde ya debería prepararse para enfrentar este escenario.
Pocos países han estado en este predicamento. La experiencia reciente de Letonia es muy ilustrativa. Durante la crisis financiera 2008-2009, decidió mantener su tipo de cambio fijo. Paul Krugman predijo que Letonia iba a ser la nueva Argentina, pero se equivocó. Letonia realizó un ajuste fiscal, disminuyó las remuneraciones de empleados públicos, dejó flexibles los sueldos privados y se enfocó en mejorar la productividad.
Enfrentó la recesión y deflación, una crisis financiera y política, pero pudo recuperar el crecimiento y el empleo. Mantuvo exitosamente su tipo de cambio y desde el 1 de enero de 2014 pudo adoptar formalmente el Euro como su moneda.