Destruir las instituciones fue la marca de fábrica de los socialismos del siglo XXI. Sombríos populismos utilizaron el sufragio para ejercer el poder por medio de dictaduras con fachada de democracias. Sin una función Legislativa ni Cortes de Justicia independientes, ¿de qué democracia se puede hablar? Con tribunales electorales amarrados a la función Ejecutiva, ¿qué valor y confiabilidad tienen los procesos electorales? Venezuela y Nicaragua son muestras de descarados regímenes dictatoriales que han desatado destrucción, violencia y graves lesiones a las libertades ciudadanas en sus sociedades.
La naturaleza antidemocrática de esos gobiernos se pinta de cuerpo entero con la aprobación de la reelección indefinida por vía de tramposos cambios constitucionales.
En el Ecuador, la recuperación institucional dio los primeros pasos con dos de las siete preguntas aprobadas en la consulta popular, que permitieron echar abajo la reelección indefinida y reestructurar el Consejo de Participación Ciudadana y reemplazarlo por un Consejo transitorio con atribuciones para evaluar a las autoridades de control y anticipar la terminación de sus funciones.
Sin embargo, mientras no se concrete un rediseño integral de las instituciones la democracia se mantendrá en riesgo. ¿Por qué? Porque solo se sostiene en la buena fe y cualidades de las autoridades y no, en las características y reglas de funcionamiento del sistema democrático.
El rediseño institucional pasa por aprobar una nueva Constitución. Pero con la experiencia de veinte constituciones sobre la espalda, ¿quién tiene todavía fe en las posibilidades reales de cambio por medio de otra Asamblea Constituyente? ¿Cómo evitar la repetición de lo mismo, la ficción de refundar el país con cada nueva Carta Suprema?
La experiencia de la década pasada evidencia la necesidad de cambiar el modelo hiperpresidencialista que instauró la Constitución de Montecristi y que utilizó Rafael Correa para declarase jefe de todas las funciones del Estado, mantener una Legislatura de docilidad ovejuna y meter las manos en la Justicia.
Tal vez el Ecuador necesite ir de forma más lenta, en procesos parciales de recuperación de cada una de las instituciones: Tribunal Electoral, Congreso, Justicia… El Consejo de la Judicatura transitorio, cuyos integrantes asumirán sus funciones mañana, es otro paso clave para que la democracia no sea solo una fachada.
Pero antes que nada, urge fortalecer una cultura de respeto a la Constitución y a las leyes. Una arraigada tradición las convierte en letra muerta. La vieja fórmula colonial de acatarlas pero no cumplirlas sobrevive entre nosotros. El débil imperio de la ley es una señal de la deplorable cultura política. Y esa debilidad no se resuelve con otra Constituyente.