Durante la última década, las más altas autoridades se referían a las mujeres de manera degradante y sexista. En cada sabatina, el Presidente descalificaba a las mujeres como “sufridoras”, “neuróticas”, “mentirosas”, “horrorosas”, entre otros. Imposible olvidar cuando Rafael Correa se refirió a las piernas y las minifaldas de las asambleístas como las responsables de la mejora del buen vivir; o cuando agradeció los regalos de Fidel Castro durante su visita a Cuba señalando que sólo le “faltaba que salga la mulata de la caja”; o cuando comentó la canción Je l’aime à mourir (La quiero a morir) afirmando que esa es la versión del novio, mientras que la del casado es “la quiero matar”.
Frente al lenguaje explícitamente violento al que pretendieron acostumbrarnos, hay quienes minimizan la gravedad del lenguaje que el ministro de Interior, Mauro Toscanini, escogió para referirse al caso de una niña de 12 años, embarazada, que hace casi un mes fue secuestrada del aula de su escuela a manos de hombres armados. En sus declaraciones, el Ministro reconoció que estamos ante un hecho delictivo, pero minimizó su gravedad señalando que “es de orden familiar”.
Lo que es más grave, identificó al responsable del hecho como un joven de 23 años, a quien se refirió como su “pareja” y “padre del bebe”. Si bien emitió un comunicado de disculpas por sus términos “incorrectos”, el funcionario afirmó en el comunicado que “esto no significa que esté naturalizando o legitimando las circunstancias descritas”. En otras palabras, desconoció la gravedad de sus afirmaciones.
Una niña de 12 años embarazada de un hombre de 23 no tiene edad para consentir, con lo cual el tema no es “de orden familiar” ni ese hombre es su “pareja”, es su violador y secuestrador. Describir estos graves hechos en términos de “familia”, “pareja” o “bebe”, naturaliza la violencia sexual contra las niñas. El lenguaje devela que el Ministro acepta como normal que una niña sea violada o secuestrada. Las palabras que escogió no fueron un lapsus, revelan que la violencia sexual contra las mujeres está tan impregnada en su mente que esta conducta le parece natural, algo propio de las familias en una tradición patriarcal.
El lenguaje de Toscanini y el de Correa tienen más en común de lo que parece. Sus palabras reflejan la realidad de una cultura machista en la que los hombres creen gozar de un poder absoluto sobre las mujeres y sus cuerpos. Lo que es más grave, cuando el lenguaje sexista proviene del poder, reproduce como un megáfono la señal de que este tipo de conductas misóginas son avaladas y legitimadas por la autoridad, lo que perpetúa la violencia contra mujeres y niñas. No merece el cargo de Ministro quien se refiere con tanta indolencia a la violación, embarazo y secuestro a mano armada de una niña.