Calles vs. políticos

Un análisis en The Economist, “La calle desafía a los políticos de América Latina”, parte de la observación de lo acontecido a lo largo de estos días en diversos países de la región: protestas callejeras contra el gobierno en Bogotá y otras ciudades de Colombia; en Chile, por el aumento de las tarifas del metro; en Bolivia, por el fraude electoral; en Ecuador y Haití, por el alza del precio de los combustibles (en el caso ecuatoriano, con la supresión del subsidio).

Aunque se trata de un momento de descontento global, en América Latina se ha manifestado con especial intensidad, señala el análisis. Populistas de izquierda y de derecha han triunfado bajo ese ánimo de la desconfianza hacia el estamento político, como López Obrador en México y Bolsonaro en Brasil. Gobiernos en el poder son derrotados: regresa el populismo peronista en Argentina y la derecha triunfa sobre una izquierda que ha ejercido por tres lustros el poder en Uruguay.

The Economist señala ciertas condiciones bajo las cuales se produce este malestar, que se manifiesta con extrema violencia: el estancamiento y la desaceleración de la economía, las más visibles diferencias entre pobres y ricos en sociedades con extremas desigualdades, la clase política desprestigiada por la corrupción, partidos débiles y fragmentados… Su conclusión salta a la vista: “Los políticos han sido sobrepasados por la calle”.

A pesar de las diferencias de lo acontecido en cada uno de los países, el síntoma de la confrontación política en las calles es un denominador común. Del análisis puede inferirse que esta irrupción de grupos sociales múltiples y heterogéneos unidos por la ira y el descontento refleja no solo la crisis del sistema político tradicional de representación, sino la búsqueda de nuevas formas de relación entre los grupos ciudadanos y el poder político. Con todo lo que tienen de positivo y negativo, las redes sociales cobran un papel gravitante en esta ola del descontento.

¿Cómo enfrentar la crítica situación? Las páginas de The Economist señalan una paradoja: aliviarían el desencanto un mayor crecimiento económico, impuestos más progresivos, salarios mínimos más altos; sin embargo, el crecimiento pasa por el aumento de la productividad; pero esta implica adoptar decisiones impopulares.

Los políticos en los gobiernos, que cuidan sus votos, se resisten a ellas. El pronóstico resulta poco esperanzador: “los gestos que le gustan a la multitud pueden calmar las calles”; postergan el desencanto, no lo reducen ni lo enfrentan de raíz.

El desplazamiento de la confrontación desde los partidos y grupos políticos al escenario callejero abre las puertas a la incertidumbre y, según muestran pasadas experiencias, al triunfo de peligrosos caudillismos populistas y fundamentalismos de opuesto signo.

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