La personalización de la política es un proceso mediante el cual las características personales de un político o gobernante ocupan el primer plano del debate en desmedro de sus políticas públicas, su forma de gobernar e incluso su ideología. Deja de ser relevante el cómo o el para qué y lo que importa es el quién.
Esa personalización es uno de los ingredientes del populismo, estrategia política que, de acuerdo a Carlos de la Torre, busca, a través del discurso, generar una polarización profunda en la sociedad, originando pasiones que la dividen entre el “pueblo virtuoso” encarnado en el líder y sus enemigos construidos como los “anti-patria”. En Ecuador el slogan “Somos Más” es una muestra de aquello y el “No se metan con Correa” es muestra de lo otro y quien lo dice se identifica como “correísta”.
Así, el correísta es una persona desideologizada y sin sentido de país y que, por defender a su líder (pero también para defender sus prebendas y ganancias, no seamos ingénuos), se niega a mirar la realidad de los hechos, aquellos que develan como se saqueó al país en la década pasada, como todos los poderes e instituciones pasaron a estar bajo el control de una sola persona y que además, cree que esa persona está más allá del bien y del mal, que cualquier acusación en su contra es una infamia o persecución y que jamás podría haber cometido delito alguno.
En consecuencia, bajo la consigna “Indígnate Ecuador”, el correísta sale a marchar porque una jueza ha osado dictar prisión preventiva al líder por haber incumplido la medida cautelar que se le había dictado anteriormente. Habla de persecución, pero no repara en que la medida anterior era justamente para evitar detenerlo. Tampoco advierte las variopintas excusas que alega éste para no comparecer. Para el correísta su líder es un perseguido, más allá de sus delitos, mentiras y pecados. Y en esa defensa ciega no importa atacar policías o burlarse de personas por su discapacidad.
Y es que cuando la política se personaliza, no importa si el gobierno fue bueno o malo, si existió corrupción o no, si se le deben explicaciones al país. Lo que prevalece es el bienestar de aquel político y, obviamente, de sus obsecuentes. Los demás, a los que se les convence de que al líder se lo está persiguiendo, pasan a ser tristes tontos útiles al servicio de estos nuevos ricos defendiendo lo ganado.
De esta forma, declararse correísta es muestra de todo lo que está mal en el país con relación a nuestra cultura política, de nuestro poco respeto a las instituciones, a la justicia, a la transparencia, que no son importantes, lo primordial es defender a la persona que les permitió obtener sus prebendas. Se piensa en función de ellas y no en función del país. En definitiva, ser, llamarse y actuar como correísta es una vergüenza.