Las actividades humanas tienen elementos destacados que la gente aplaude y sigue. Se da en las actividades privadas, en las cuales hay líderes representativos y en las públicas, en las que los ciudadanos encuentran valores que merecen aplauso y seguidores, muchas veces fanatizados, que nunca hallan en ellos errores.
Pero en donde más se exacerban los ánimos es en los deportes. La pasión que despiertan los convierte en ídolos insustituibles, en verdaderos dioses, idolatrados por sus seguidores y, por lo mismo, infalibles. La opinión es prácticamente unánime respecto de que Zidaine Zidane fue el jugador que más destacó en el campeonato mundial de fútbol de 2006, en Alemania.
Francia tuvo su conducción, no solo en el partido final contra Italia, en el que un penal errado por Francia permitió conquistar el campeonato a Italia, sino durante todo el campeonato. El comentario general giró entonces sobre la expulsión de Zidane en ese partido, que reaccionó ante la provocación de un jugador italiano. Absurdo, dijeron unos. Inexplicable, otros. Censurable los exagerados. Humano, digo yo.
Algo parecido sucede ahora con Lionel Messi, el gran jugador argentino, ganador de innumerables trofeos, conductor del Barcelona a la conquista de muchos campeonatos, incorporado con dificultades a conducir, también, a la selección argentina, el mejor equipo de la Copa América que terminó el domingo con su derrota en el cobro de tiros penales. ¿Cuál era el único jugador que no podía fallar? Messi, el dios del fútbol. Pero Messi falló y Argentina se quedó sin el campeonato. Y, afectado y deprimido, como cualquier ser humano en esas circunstancias, anunció que se retiraba de la selección, en la que terminó convenciendo, con la que ha jugado cuatro finales, sin éxito en ninguna de ellas.
El modelo de jugador, frío y disciplinado durante toda su vida deportiva, falla o explota en un momento dado, como todo ser humano. Los deportistas que se destacan en las diferentes disciplinas, van siendo convertidos en héroes, sin defectos ni problemas. Todo es perfecto ante la opinión pública, muchas veces maquillada por las grandes organizaciones que están detrás del enorme negocio en que se ha convertido el deporte mundial.
Esos grandes intereses -y la habilidad excepcional de los jugadores- convierten en dioses a los deportistas, generalmente alejados del mundanal ruido en función de esa organización. Y de repente, uno de esos dioses desploma los tinglados. Zidane, el mejor del Mundial de Alemania, agrede a un rival de manera aparentemente inexplicable, en el partido final. Messi, idolatrado por millones, falla en la ejecución de un penal en un momento imposible. Los dos, dioses consagrados, se convierten en responsables de la derrota. Zidane y Messi han sido seres humanos y se equivocan. Han sido dioses… humanos.