La cuarentena, nos han dicho, es el aislamiento de personas durante un tiempo, destinado a evitar o limitar el contagio de una enfermedad. Se encierra a enfermos y sospechosos en pro de un bien mayor, la salud de las mayorías locales y mundiales. La cifra de 40 días -de origen bíblico- es simbólica. Puede durar semanas, meses. Puede incluir una persona, miles, millones. Puede ser voluntaria u obligatoria.
La cuarentena es más popular que nunca. Desde las primeras sospechas del virus, se ha instalado en todos los rincones: ciudades, barcos, hospitales, hogares, refugios. Se invoca como su mérito central la solidaridad global… Lástima que estas campañas planetarias no se activen contra el hambre, la desnutrición, el cáncer. Que asesinan más y siempre.
Considerando y jalonando este fenómeno no es descabellado reconocer que en nuestro paisito nos hemos acostumbrado a las cuarentenas, a otras cuarentenas…
La cuarentena de la economía. El tema económico ha sido puesto contra las cuerdas. Cualquier medida tiene que esperar hasta que la epidemia sea manejable. Las alarmas son terribles: petróleo, exportaciones, inversión, empleo, riesgo país, deuda… Estamos dependientes de las grandes decisiones del mundo. Resulta imprescindible soltar amarras y finalizar la cuarentena. Lo menos que se aspira es sensibilidad y creatividad para lograr un programa consensuado y potente que enfrente la crisis inmediata mirando el modelo estructural. El silencio, la dispersión y la ambigüedad no ayudan.
La cuarentena de la corrupción. Los enfermos y sospechosos portadores de este virus letal permanecen aún aislados en opulencia. Unos pocos están atrapados en procesos complejos de tribunales. La expectativa ciudadana está impaciente y saturada de las piruetas legales. Aspira conocer pronto los resultados, identificar a los autores, castigar a los rateros. Mantenerlos aislados. Para contrarrestar su enorme virulencia.
La cuarentena de la política. Igualmente mortal pero con cierto encanto para las apuestas. Movimientos y partidos políticos semi ocultos trabajan frenéticamente. Inventan candidatos, diseñan shows efectistas, abrillantan trampas populistas, ensayan baterías de “fake news”, sueñan slogans y campañas. Incuban soluciones para el país sin el país. Para este nuevo país que viene corriendo detrás de la epidemia. Hay muchos que no son sospechosos sino enfermos de poder. Su cuarentena genera expectativas y recelos. Terminará después de un par de meses con la lista definitiva de salvadores de la patria. Ojalá nuestra memoria no caiga en cuarentena: precisamos equivocarnos menos.
Los riesgos virulentos son permanentes. Nuestro destino es vivir con ellos, re inventando cuarentenas y estrategias de extirpación. Los riesgos nos siguen acechando…