Dani Rodrik *
Mientras el mundo no termina de recuperarse de la conmoción del Brexit, economistas y políticos comienzan a darse cuenta de que subestimaron seriamente la fragilidad política de la forma actual de la globalización. La revuelta popular que aparentemente hay en curso adopta formas variadas y superpuestas: reafirmación de identidades locales y nacionales, demanda de mayor control y rendición de cuentas democráticos, rechazo de los partidos políticos centristas y desconfianza hacia las élites y los expertos.
Esta reacción era predecible. Algunos economistas (entre los que me incluyo) advirtieron sobre las consecuencias de llevar la globalización económica más allá de los límites de las instituciones que regulan, estabilizan y legitiman los mercados. La hiperglobalización comercial y financiera, dirigida a la plena integración de los mercados mundiales, desgarró las sociedades locales.
Pero lo que sorprende más es el giro decididamente derechista que tomó la reacción política. En Europa, el proceso ha llevado al surgimiento de una serie de partidos mayormente populistas nativistas y nacionalistas, mientras que la izquierda solo ganó terreno en unos pocos lugares como Grecia y España. En Estados Unidos, el demagogo de derecha Donald Trump consiguió desplazar al establishment republicano, mientras que el izquierdista Bernie Sanders no pudo vencer a la centrista Hillary Clinton.
Tal como a regañadientes concede el nuevo consenso que comienza a aparecer en el establishment, la globalización acentúa las divisiones de clase entre quienes cuentan con habilidades y recursos para aprovechar la existencia de mercados globales y quienes no. Tradicionalmente, las diferencias de ingresos y clase, a diferencia de las identitarias basadas en la pertenencia racial, étnica o religiosa, siempre fortalecieron a la izquierda. ¿Por qué esta fue incapaz de presentar un cuestionamiento significativo a la globalización? Una respuesta es que la inmigración restó protagonismo a otros “shocks” de la globalización. La percepción de una amenaza de ingreso masivo de inmigrantes y refugiados de países pobres con tradiciones culturales muy diferentes agrava las divisiones identitarias que los políticos de extrema derecha saben explotar tan bien. Por eso no es sorpresa que políticos de derecha como Trump o Marine Le Pen aderecen su mensaje de reafirmación nacional con una abundante dosis de simbolismo antimusulmán.
Las democracias latinoamericanas son un contraste elocuente. Para estos países la globalización fue ante todo un shock del comercio internacional y la inversión extranjera, más que un shock de inmigración. La globalización se convirtió en sinónimo de las políticas del “Consenso de Washington” y de apertura financiera.
*Project Syndicate