Los abismos entre nosotros y ellos son profundos. La polarización derivó en odio y negación del otro, no solo por lo que piensa, sino por lo que es. Hay una bomba de mecha corta que está bajo nuestros pies y desactivarla es complicado. No sucederá de forma espontánea.
División social, descrédito de la democracia, ineptitud y corrupción de gobiernos, creencias conspirativas, rechazo al contrario, crisis económica y pandemia, han coincidido en tiempo y espacio hasta constituirse en una peligrosa bomba.
Sucede en muchas latitudes y se agrava, entre otros motivos por el veneno que esparcen algunos cuestionables personajes políticos como Correa en Ecuador, Trump en Estados Unidos, López Obrador en México, Maduro en Venezuela, Bolsonaro en Brasil, Modi en la India y Erdogan en Turquía.
Libertad contra comunismo, revolución versus imperio, conservadores contra liberales, pelucones contra pueblo, izquierdosos drogadictos versus gente decente, son parte de los discursos binarios de esos personajes. Sus opositores muchas veces responden igual y todo empeora.
El odio que destilan las redes sociales es una de las aristas de la bomba que tenemos al frente. En ese espacio anidan noticias falsas y se reproducen divisiones e ideas conspirativas. Además, allí hay intervenciones externas cuyo fin es dividirnos y atacar a la siempre débil democracia.
Hemos llegado a este punto con el tiempo y por varios factores, como temas religiosos, divisiones económicas, taras sociales, raciales, incursión de las redes sociales y una pandemia. Por eso la democracia y sus instituciones, que son imperfectas pero las únicas que podrían acercarnos, crujen.
En 75 por ciento de los gobiernos del mundo son percibidos como corruptos e incompetentes, indica el Barómetro de Confianza Edelman 2019. En Latinoamérica la confianza en la democracia está abajo de 50 por ciento, según Latinobarómetro.
Con la pandemia y la crisis económica se acentuaron las sospechas sobre los habituales culpables: el neoliberalismo, los ricos y las corporaciones. También se potenciaron toda clase de teorías descabelladas y soluciones que están en las nubes: cambiar espiritualmente cada uno, conectarnos con el planeta, meditar, dejar de consumir comida procesada, trabajar en la empatía y otras.
La crisis requiere de esfuerzos individuales y solidaridad, pero no son suficientes. Urge devolver sustancia a las instituciones democráticas y encarar arreglos prácticos como acercar a los sectores menos radicales, cerrar el paso a los fanáticos, negociar acuerdos de supervivencia a favor de la economía y la salud, ajustar los sistemas educativos para alentar culturas de tolerancia, y combatir, con hechos y datos ciertos, toda clase de reduccionismos y mentiras.
Apelemos a una motivación racional: nuestra supervivencia. Los acuerdos políticos básicos son necesarios más que nunca. No perdamos el tiempo que la bomba podría explotar.