Hace alrededor de 25 años, por estas fechas, luego de una entrevista con la entonces Directora de este matutino, se me abrieron las puertas para mantener una columna semanal en tan prestigioso rotativo. El reto era enorme, puesto que había prestigiosos editorialistas cuya pluma, sin duda, era acertado dardo sobre los acontecimientos locales e internacionales. Sus opiniones expresadas en apenas 3000 caracteres eran una suerte de ensayos breves, que describían con destreza la realidad y se enfocaban en puntos que muchas veces no son visibles de antemano para el lector, pero que por su experiencia y conocimiento no eran desapercibidos para ellos que habían incorporado a la escritura como parte de su vida, expresándose con soltura y conocimientos excepcionales. En ese escenario, con más osadía que nada, enfrenté un desafío que, a no dudarlo, incidió definitivamente para el resto de mis acciones. Como alguna vez ya se puso de manifiesto, hay que destacar que en toda esta época jamás persona alguna vinculada a la edición del periódico me impidió o solicitó que evite tratar algún tema o problema en específico. Se me ha brindado libertad absoluta para que estas líneas simplemente estén reguladas por lo que me dicten mis convicciones, más no por factores exógenos o por presiones de ninguna clase.
En ese aspecto he sido privilegiado por la suerte de poder hacer públicos mis puntos de vista que, obviamente, no lo tienen todos los ciudadanos. Pero han sido solo eso, visiones particulares que emanan de un sujeto común. Eso sí evitando escribir de manera “comprometida”, como de cuando en cuando reclamaban algunos colegas que también hacen crítica y opinión que después terminaron dando el salto a las poltrones de la burocracia; y, en más de un caso, pasaron a ser implacables con los que compartieron páginas de diarios, micrófonos de radio o platós de televisión.
Pero toda esta época deja un sabor agridulce. Siendo parte de un período de la historia en la que observamos que un vicepresidente tuvo que salir en avioneta, nos tocó enfrentar una guerra, ver ceñirse la banda presidencial a un bailador de tarima, contemplar cómo con un solo voto legislativo se podía llegar a Carondelet, mirar como la economía se hacía añicos ante la indolencia del Presidente de turno para que se instale un contador de chistes insípido, ver ungirse a un coronel golpista que fue derrocado en su misma lid para preparar el advenimiento de la década más obscura de la historia nacional. No faltaron, lastimosamente, hechos que comentar de la tragedia nacional.
Pero por sobre todo resta la preocupación que lo que nos correspondió vivir no dejó lección alguna; y, más allá de las sospechas episódicas que puedan existir, surge la angustia por una patria fracturada, por el cinismo de quienes dijeron que venían a cambiar todo pero que sólo lo empeoraron, con el agravante de crear la mayor crisis moral de la República por el saqueo que infringieron a los recursos de la nación. Toda una época que en nada enorgullece a las personas de mi generación.
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