Hay quienes creen que las ubicaciones políticas de las personas o los partidos son atributos sustanciales, es decir, condiciones que atañen ontológicamente a quienes las proclaman. Según esta creencia, ser de derecha o de izquierda sería para una persona lo mismo que tener una conciencia intencional o una existencia perecedera. Descrita en estos términos, se trata de una creencia disparatada que cualquier persona sensata rechazaría en una discusión; pero, como elegantemente decía Ortega, “las ideas se tiene; en las creencias se está”.
Rechazada como idea, la creencia no desaparece: se mantiene inconscientemente, pero es culpable de los más infundados pensamientos. Así, quien no logre salir de esa creencia, tiende a pensar que las personas o los partidos de derecha son para siempre esto o aquello, y que las de izquierda son tal y tal. Pero nadie es de derecha ni de izquierda: solamente puede estar en una u otra posición.
Está en la derecha si adopta conductas o decisiones que favorecen los privilegios y las exclusiones; si no se opone a la limitación de las libertades o de los derechos inherentes a la persona; si aplaude que la “mano invisible” del mercado permita el enriquecimiento de los ricos y la depauperación de los más pobres. Está en la izquierda si procura la desaparición de los privilegios y los estatutos personales; si busca que el mercado, siendo libre, no sea usado para profundizar las diferencias; si defiende irrestrictamente las libertades y procura su afianzamiento; si asume como causa propia la defensa de los derechos.
La permanencia de una persona o un partido en una u otra opción es, desde luego, una cuestión de lealtad. Ninguna lealtad obliga, sin embargo, a permanecer atado a una opción cuando quienes hablan y actúan en su nombre han sido los primeros en abandonarla. Eso ha ocurrido cuando ciertos regímenes de izquierda han adoptado posturas radicalmente conservadoras.
Todo lo demás no pasa de ser apariencia. Que un gobierno determinado invoque el nombre de la izquierda para establecer un régimen despótico no hace de él un gobierno de izquierda, sino un gobierno mentiroso. Que determinado individuo se engolosine con citas de los teóricos de izquierda mientras disfruta de comodidades mal habidas, hace de él un tramposo. Que otro individuo, tenido largo tiempo como derechista, vote leyes que favorecen la igualdad o la justicia, no le hace ser de izquierda, pero sí estar en ella transitoriamente.
En resumen: la izquierda y la derecha son tendencias suprapartidistas cuya definición se da siempre en el ámbito de la teoría; las personas o los partidos, en tanto éstos son organizaciones formadas por personas, pueden estar en consonancia con una de tales tendencias, entendiendo que todo estar es siempre transitorio. Por eso la política es tan humana: porque demanda constantemente la adopción de decisiones, implica lealtades y traiciones y es al mismo tiempo tan frágil como frágil es nuestra existencia.