La pandemia junto con su ola de muertos y atemorizados, nos deja también lecciones significativas. Una de ellas refiere a las inéditas modalidades de educación y a los extrañas modificaciones en los roles de los actores.
Efectivamente, la educación en casa ha provocado -con desniveles según las condiciones- una alianza esencial entre escuela (docentes), familia y ministerio. Sin esta conjunción, no se habría podido sostener el contacto y algunos aprendizajes básicos. Cuando uno de los actores falla, todo el andamiaje se derrumba. Cuando acierta, todos se robustecen. El beneficiado final, el estudiante.
La alianza precisa continuidad y profundización. Necesita mantenerse, con matices, en el cotidiano de los centros educativos. El momento de volver a clases presenciales -continuas o intermitentes- debe encontrarnos más unidos y mejor armados: más abiertos, más proclives a la crítica y a la enmienda. Sin la complicidad de los actores será imposible la transición, las recuperaciones, la contención emocional, las nuevas habilidades a desplegar, los valores a inculcar.
Muchas veces se ha criticado al sistema por colocar en el centro al currículo, las instituciones, los reglamentos. Hoy parece haber mayor conciencia que el verdadero punto de partida y llegada son los estudiantes. El currículo, las metodologías, la evaluación, los tiempos, deben alinearse con sus intereses. El “interés superior del niño” no es una opción. Es una necesidad.
La vida escolar, sin embargo, no está exenta de momentos sensibles y dolorosos, de riesgos e injusticias. La peor de ellas, la violencia. Física, sicológica, sexual. El acoso ataca con más frecuencia y crueldad de la que creemos. En estas situaciones, la coalición de actores resulta imprescindible para un tratamiento integral, sereno, justo, de síntomas y de causas. Los silencios, los fanatismos, los intereses particulares, no suman. Y perjudican justamente a quienes se pretende defender.
En momentos difíciles, como algunos denunciados en las redes sociales en las últimas semanas, el compromiso proactivo y persistente de familias, institución escolar y ministerio resulta esencial. La escuela sola no alcanza. Las autoridades sin presión no reaccionan. La familia con distancia genera vacíos irrecuperables.
Los hechos de violencia extrema convocan cada vez con mayor frecuencia, un nuevo elemento, las redes sociales. Con sus atributos y peligros. Atributos como la visibilización o la multiplicación de voces. Peligros como falta de contrastación, sentencias concluyentes, crucifixiones sin atenuantes. Son un espacio más bien para las explosiones. Precisan manejarse con extremo cuidado.
Las situaciones cotidianas en educación -las constructivas y las conflictivas- no pueden atribuirse a un solo actor. Si no se afrontan entre todos, las salidas serán más complejas, el ejercicio de derechos más lejano.