Con frecuencia se escucha la expresión de la columna que saca del apuro al interrogado que busca justificar el incumplimiento de una promesa, de un hecho, de una circunstancia, que debía ser atendida y se le reclama por su negligencia, descuido o cualquier otro motivo de su responsabilidad. La expresión parece inocua, pero tiene una enorme trascendencia.
Normalmente, es parte del folclor político o de ciertas élites que se escudan en algo que estuvo fuera de su control, demostrando lo que algunos cientistas sociales denominan “el problema de mentalidad”, que no es otra cosa que la falta de sentido de responsabilidad sobre lo que pasa en las esferas de su directa influencia, desconociendo que las sociedades cosechan lo que sus miembros desean que ocurra, por lo cual los incumplimientos desconocidos o tortuosamente justificados sólo confirman la inexistencia de ciudadanos que practican sus derechos y responsabilidades colectivas.
En estos tiempos de contagio invisible, han proliferado las justificaciones de los injustificable, en lugar de reconocer los evidentes latrocinios, los errores, así como manifestar los aciertos, dentro de un mundo que necesita mucha cohesión, entendimiento y franqueza. Nada se saca, o mejor mucho se pierde, con seguir el viejo libreto de ciertos políticos que enderezan el rabo del diablo para afirmar algo que desde la distancia huele a mentira.
Y esta forma de conducta también es parte de la corrupción, como lo es la apropiación de ideas ajenas, las ofertas milagrosas y por supuesto los abusos de los fondos públicos o las evasiones de tributos. En todos estos casos se manifiesta “el problema de mentalidad”, la incultura, la ausencia de sentido solidario, el individualismo extremo, que son las derivaciones o deformaciones de lo que debe ser una sociedad libre, democrática.
Ha sido necesario que le caiga al mundo una peste para que comprenda que sin la vida nada vale.
Que los temas de fondo van mas allá de la pura acumulación de riqueza y descansan en lo que, hace pocos días en una teleconferencia de la fundación Impares le escuché a Bernardo Toro señalar que el gran desafío de las élites es crear bienes públicos de uso general y no discriminatorio, como una educación competitiva de calidad, una salud confiable y eficiente, un sistema de transporte seguro, un sistema de bienestar equitativo y sostenible. Lo demás vale, pero caen en una prioridad posterior.
Claro, para que esto sea posible hay que desterrar esta forma siniestra de sacar el cuerpo y poner empeño en resolver “el problema de la mentalidad” que significa formar ciudadanos con principios y valores, para ejecutar las tareas que atañen a todos y obligan a la búsqueda de acuerdos incluyentes que destierren la corrupción.