Risto Isomaki
IPS
En el momento culminante de la Guerra Fría, el arsenal mundial de armas nucleares, medido por el potencial explosivo, se estimaba en tres millones de bombas como las que destruyeron Hiroshima en 1945.
Desde entonces, una gran parte de ese arsenal ha sido desmantelado y el uranio contenido en miles de bombas nucleares ha sido convertido en combustible para plantas de energía nuclear.
Esta tendencia decreciente ha inducido a mucha gente, e incluso a muchos gobiernos, a suponer que el desarme nuclear ha perdido importancia.
Es indudable que la probabilidad actual de una guerra nuclear es infinitamente menor que durante la crisis de los misiles en Cuba (1962), o en otros episodios escalofriantes de la Guerra Fría.
Pero no se debe incurrir en el grave error de suponer que el peligro ha desaparecido, y que el genio ha sido otra vez aprisionado en la botella, para siempre.
El arsenal remanente de Estados Unidos y Rusia aún contiene el equivalente a 80 000 bombas de Hiroshima, unas 35 veces menos que durante la Guerra Fría, pero es mucho más que suficiente para destruir el mundo tal como lo conocemos.
El polvorín nuclear es ahora mucho menos numeroso y las bombas actuales son más precisas y más pequeñas que las anteriores. Esto las hace más fáciles de utilizar.
Por otra parte, parece que se suele subestimar la capacidad destructiva de los distintos tipos de armamento nuclear.
Tanto en Hiroshima como en Nagasaki las bombas provocaron incendios gigantescos que quemaron a todos los seres vivos que se encontraban en el vasto perímetro de fuego.
Los científicos militares de Estados Unidos sostienen que los daños que causa el incendio de una detonación nuclear son tan difíciles de predecir, que han estado analizando el tema durante medio siglo.
En 2002, cuando el conflicto bilateral hizo temer una guerra nuclear entre India y Pakistán, Washington advirtió a los dos gobiernos que su costo humano podría ascender a 12 millones de muertes.
Se trató de una estimación absurdamente baja, ya que solo tuvo en cuenta el impacto de la onda expansiva.
Estudios recientes calculan que el incendio radiactivo provocado por una detonación nuclear se propaga por un área entre dos y cinco veces mayor que la del impacto. Esto significa que el área destruida por el fuego es entre cuatro y 25 veces más extensa que el área golpeada por el impacto.
Los incendios originados por bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial -en Hiroshima, Nagasaki, Hamburgo y Dresde- provocaron fuentes corrientes de aire ascendentes y vientos huracanados que atizaban el fuego.
Una detonación nuclear en una ciudad moderna causará incendios aún más violentos, ya que en ellas hay abundantes cantidades de hidrocarburos en forma de asfalto, plásticos, petróleo, gasolina y gas.