El voto del Reino Unido para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos expusieron una profunda división generacional. Los millennials cosmopolitas y los pensionados nacionalistas -lo que Thomas Friedman llama “la gente web” y “la gente muro”- no parecen tener nada en común. Pero ambos apuntan a la misma crisis de representación política.
En el Reino Unido, por cada votante a favor de “Irse” de menos de 24 años, hubo tres de más de 65. En Estados Unidos, Trump ganó el 53% del voto de más de 65 años, pero consiguió el apoyo de apenas el 37% de los jóvenes entre 18 y 29 años.
En ambos casos, los mayores se sintieron atraídos por la retórica pesimista que despotricaba contra el daño que les generaba a sus comunidades el libre comercio, el movimiento libre, el amor libre y la tecnología libre de seres humanos que afectaba sus empleos y su seguridad económica. La gente joven era mucho más optimista sobre el futuro, sus perspectivas personales y el potencial de la tecnología -y mucho más empática con los grupos marginados.
Los pesimistas ganaron y ahora se sienten bastante esperanzados. Los ex optimistas ahora temen lo peor.
Sin embargo, a pesar de sus actitudes esencialmente diferentes frente a la tecnología y a la globalización, la Gente Web y la Gente Muro tienen una cosa en común: tanto una como la otra son profundamente escépticas de las instituciones. Piensan que la democracia representativa ha colapsado y ven el potencial creativo de la disrupción.
La Gente Muro quiere acabar con el sistem, con la esperanza de que surja algo mejor -algo que se parezca un poco más al mundo familiar de los tiempos pasados (o por lo menos más parecido a sus gustos)-. La Gente Web cree que la tecnología debe transformar la política y las instituciones, de la misma manera que transformó los periódicos, los servicios de taxi y los hoteles.
Un ejemplo de la mentalidad web es Vyacheslav Polonski, un científico de la red de 27 años y de origen ucraniano, que pasó tiempo en Harvard y actualmente está concluyendo un doctorado en redes sociales en la Universidad de Oxford. “Estamos lidiando con un mundo del siglo XXI”, me dice, “pero nuestro sistema político no ha evolucionado desde el siglo XVIII y XIX”.
Polonski señala que nuestras instituciones gubernamentales se establecieron no sólo antes que Facebook e Instagram, sino inclusive antes que la televisión y la radio. Mientras que nuestra economía hoy se caracteriza por la elección, la personalización y la participación, nuestra política sigue sofocada por la burocracia, los intereses especiales y partidos políticos arraigados pero en decadencia. “En la medida que nuestro gobierno se vuelva más ágil”, dice, “la gente podrá votar por agendas e ideas específicas, y no por un partido político”. Como resultado de ello, “la política se parecerá más descentralizada, más abierta, más inmediata”.