Hemos sido crueles con los esmeraldeños. A la primera alerta de peligro o problema los hemos abandonado ‘a su suerte’, por decirlo de alguna manera.
Los turistas frecuentes han dejado de visitar sus playas, cuando el turismo es una de las principales fuentes de ingresos económicos de la mayoría de la población. Su actividad comercial se ha reducido y como si eso no bastara, ahora los esmeraldeños luchan para demostrar que no son una provincia violenta como se la ha estigmatizado, por los conflictos en la frontera norte.
Desde inicios de año intentan explicar a los ecuatorianos que esos problemas, de la vecina Colombia, no están en sus playas ni en sus ciudades; que se puede recorrer sus zonas turísticas, para pasear tranquilamente los fines de semana, en los feriados y, ahora, en esta nueva temporada de vacaciones escolares de la Sierra.
Esa lucha tuvo algo de eco en el último feriado del 24 de Mayo, cuando recibieron a algo más de 20 000 viajeros. Para conseguirlo recurrieron a todo, pero especialmente desplegaron un plan de seguridad para dar tranquilidad a sus visitantes. Les funcionó y los turistas se marcharon en paz.
Se sintió algo de alivio en cinco meses de crisis, aunque esta no ha sido la única. La lucha del esmeraldeño por salir adelante viene desde el 2015 cuando la provincia cargó con el estigma de que allá no se podía hacer turismo por la aparición de las enfermedades del sika y la chikungunya, las cuales se habían instalado en los barrios de la ciudad de Esmeraldas; es decir, no estaban en las playas.
Luego vinieron el terremoto del 16 de abril del 2016 y los sismos de diciembre de ese año. Casi nadie fue a sus playas sino hasta el año entrante, cuando las cosas mejoraron un poco y se sintió una leve recuperación.
Llevan casi tres años luchando para sacudirse de los estigmas, especialmente el de la violencia. Dejemos de ser crueles y viajemos a Atacames, Tonsupa, Súa, Same, Tonchigüe, Mompiche y Las Peñas, en el norte.