Las extremas posiciones – de izquierda y de derecha – obligan a repasar la historia de uno de los más ilustres personajes del siglo XX: Albert Camus. En una película sobre su vida se escucha aquella lección que es indispensable recordar en la hora actual cuando nos inunda el sectarismo de ambos extremos en varios países. Dice el autor de La Peste, al referirse al conflicto sangriento de la Guerra de Argelia: “no estoy de acuerdo que el ejército francés torture a ciudadanos argelinos, como tampoco que terroristas maten a inocentes en la calle o en los cafés”.
En la actualidad parece que a nivel continental jugamos de manera perversa: en Chile se salvó la derecha de Piñera; en Argentina el peronismo no es lo uno ni lo otro; en Uruguay gana en una final hípica la derecha histórica y pierde, después de 15 años de gobernar, el Frente Amplio; en Bolivia, gracias al ego de Evo Morales, gobierna una extremista de derecha como es la presidente encargada; el presidente Brasil, por su parte, tiene un grave problema de identidad: quiere ser Trump o Chávez y se conoce que lo espera una terapia de largo alcance. Por su parte en Ecuador, caso extraño, solo se observa una pelea de gallos entre miembros de la misma derecha. Estar en la mitad del mundo y el cambio climático tienen sus costos.
La única conclusión en que coinciden la mayoría de los analistas respecto a las violentas protestas de octubre es que sirvieron para develar la muerte de los partidos políticos y los caudillos.
Considerando que es imposible que los loros viejos aprendan a expresarse, es posible que las nuevas generaciones políticas, principalmente jóvenes y mujeres, aprendan condiciones básicas para lograr un acuerdo; incluso, una Concertación. Primero, es indispensable que o se reemplace una sola voz por varias de igual valor y volumen. Es posible que, en la hora actual de América Latina, donde grandes masas lograron un efecto telúrico, se comprenda que los caudillos y las figuras únicas pasaron a la historia como les sucedió a las estampillas. Luego, que los acuerdos políticos no deben ser entre iguales, sino con diferentes y hasta contrapuestos sectores. En los pactos de La Moncloa estaban desde comunistas hasta conservadores y empresarios; finalmente, que los compromisos deben ser concretos y públicos. Los que son por debajo de la mesa y a media noche se los denomina “componendas”. En los casos señalados hay que advertir que los acuerdos fueron pos-traumáticos. Se lograron luego de dolorosas experiencias dictatoriales. En el Ecuador no se ha sentido esa cruel perversidad. A duras penas lo de la década pasada, en conjunto fue una severa pulmonía.
Respecto al proceso de la Concertación Política es bueno repetir con Albert Camus un consejo simple, pero clarividente. “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y seremos amigos”.