Más allá de las apariencias superficiales, es decir del ruido de las ‘camaretas’ y el pungente olor de la pólvora que acompaña a los juegos pirotécnicos, ha de reconocerse objetivamente que la inauguración del nuevo período del economista Rafael Correa Delgado fue opaca y hasta casi mediocre.
A este extraño resultado contribuyeron varios factores. Uno fue la escasa significación continental de varios de los presidentes que acudieron a la capital ecuatoriana. Baste decir que entre ellos acaso el más ‘novedoso’ fuera el siempre discutido y discutible señor Maduro, de Venezuela. Pero no asomaron mandatarios de verdadera importancia como la de Brasil, el de México y hasta el señor Raúl Castro, de Cuba.
El dato adquiere toda su proyección porque una vez que se confirmó la muerte de Hugo Chávez en Venezuela, no faltaron quienes dijeran que Correa hubiera podido llenar el espacio, a la vista de su indoblegable voluntad de trabajo y de ciertas condiciones de auténtico carisma, que tiene el ecuatoriano.
Ya en las propias ceremonias de la posesión volvió a notarse alguna dificultad de Correa para culminar los discursos esenciales con aquellas frases o esas consignas que suelen dejar huellas duraderas, tal como ha caracterizado a otros oradores políticos, según los que ha tenido el Ecuador en diversos momentos, de su trayectoria.
Más de fondo fue la ausencia de una propuesta general y comprensiva para los próximos cuatro años, como pudiera esperarse del excelente conocimiento -y claramente es mérito suyo- que tiene Rafael Correa sobre los múltiples ramos de la Administración Pública, así como sobre las diversas regiones del territorio ecuatoriano.
Pero quizás lo que se echara más de menos fuera la explicación del factor que permitió el desarrollo de la obra ejecutada durante los seis años -carreteras, puentes, edificios-. Este factor que pierde todo su posible halo de misterio, ha sido la venturosa persistencia de excepcionales, magníficos precios internacionales del petróleo, como los que se han pagado en todo el mundo en el lapso que se analiza. Nunca Régimen alguno de nuestra historia ha recibido un premio tan gordo de la lotería, como el que ha tenido Correa, a tal punto que si -Dios no lo permita- los precios del hidrocarburo llegaren a bajar y peor aún a caer, todo el enorme tinglado se vendría estrepitosamente al suelo.
Con esas disponibilidades ha podido pagarse a miles de empleados, a soldados y a policías, quienes han asegurado la estabilidad del Gobierno; también se han satisfecho los rubros nunca vistos de la propaganda oficial, oficinas, vehículos, viajes y una extensa nómina de otros rubros de servicios, de administración y de índole burocrática. Los precios del petróleo fueron así la columna vertebral del sexenio y era necesario destacarlo, porque de lo contrario no se entendería la coyuntura, más allá de casos de desperdicio y también de corrupción que han sido denunciados a su momento.