Columnista invitado
Como todos los mensajes del papa Francisco, su discurso ante la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas, el pasado 25 de septiembre, añade perlas a la colección de su vasta exposición pública. Similar a sus antecesores -cada uno a su tiempo- nos comparte su sabiduría, su afán apostólico, que los infiltra con hondura en temas actuales y de trascendencia. Torrentoso caudal de luz con el que nos alerta y nos guía; impele con erudito consejo, acción y práctica, en especial, a los que ostentan los poderes político y económico del mundo.
En idioma español, con ese manso y característico acento, con misteriosa mezcla de paz y estrictez, habló –eso sí- con esencia esperanzadora y optimista. Alrededor de 45 minutos duró su intervención, en uno de cuyos párrafos incluyó los adjetivos utilizados textualmente en el epígrafe de esta columna, al referirse a que, en la ONU, no resultan suficientes los discursos o las suntuosas declaraciones y convencionalismos, si no les siguen prácticas concretas, acciones tangibles y verificables.
Con esto aludo al pomposo lanzamiento de los llamados ODS, Objetivos de Sostenibilidad, acuerdo que se sella, como es costumbre, con las firmas y compromiso solemne de todos los jefes de Estado de las naciones miembros asistentes. Los ODS pretenden dar continuidad y aparente remozamiento a los ODM (Objetivos del Milenio) que, en similar evento, se los aprobó en el año 2000, los que se comprometieron cumplir hasta este año 2015.
En el acuerdo del año 2000, los 8 Objetivos del Milenio (ODM), iban desde la erradicación de la extrema pobreza y el hambre (Objetivo No. 1) hasta fomentar la alianza mundial para el desarrollo (Objetivo No. 8). Cada objetivo tenía sus metas e indicadores respectivos, que –supuestamente- facilitarían una idónea evaluación y una auditable rendición de cuentas.
Con tan acertados elementos de base, lo mínimo que exigimos es una rendición de cuentas desde la ONU, de cada uno de los firmantes de aquel entonces, que podría incluir un ranking de cumplimiento, que señale, con precisión y objetividad, a los morosos, y resalte a los cumplidores.
Los actuales ODS, ¡nada menos que 17!, incluyen un argot de gran moda, con términos que se dicen en los más enaltecidos foros sociales y ambientales; también usan adjetivos como “buena”, al referirse a la salud que aspirarían; otro adjetivo es “fuerte”, cuando aluden a las instituciones que ansían. Grave riesgo se corren con este tipo de términos que resultan harto relativos, dependiendo de en qué lugar del mundo se los refiera.
Tememos que transcurran otros 15 años más y que, similar a lo acontecido con los ODM, no se tenga -como sería debido- un despliegue y difusión eficaz de reportes, por cada país firmante, con los comparativos inexcusables de las situaciones “antes” vs. “después”.